El maestro de Torrejoncillo borda el toreo y se consagra en su tierra con una tarde memorable, compartiendo cartel con Talavante y Juan Ortega ante una plaza llena hasta la bandera.
Un torero en plenitud
Toros. DEx, 1 de junio de 2025.- No cabía un alma más este pasado viernes en la plaza de toros de Cáceres. en el primer festejo de dos, con motivo de las Ferias y Fiestas de San Fernando. Bajo un sol abrasador que rozó los cuarenta grados, miles de aficionados colmaron el centenario coso cacereño con una sola idea en la cabeza: presenciar una tarde de arte, emoción y compromiso. Y lo que se vivió fue más que eso. Fue una declaración de amor al toreo… y a Extremadura.
En el centro de todo, Emilio de Justo. El hijo ilustre de Torrejoncillo, el torero que ha conquistado las plazas de España, Francia y América, con su clasicismo valiente, cerró la tarde por la puerta grande, a hombros y entre clamores. En su tierra. En Cáceres.En su plaza. En su historia.
Talavante, inspiración; Ortega, pureza
El cartel era de campanillas. Alejandro Talavante, reaparecido con fuerza, dejó momentos de inspiración y entrega, especialmente en su segundo toro, al que cuajó con muletazos de trazo largo y un temple que hizo enmudecer a la plaza. El público, exigente pero justo, supo valorar su personalidad torera y su conexión con la afición cacereña.
Juan Ortega, por su parte, demostró que la pureza también tiene nombre. Su concepto clásico, su aroma sevillano y su gusto por el detalle regalaron pasajes de enorme belleza, sobre todo con el capote, donde brilló con verónicas de cartel.
Emilio de Justo, el centro de la fiesta
Pero la tarde fue de Emilio. Toreó con verdad, con mando y con alma. Sus dos faenas, una a cada toro, fueron diferentes y complementarias: la primera, sobria y poderosa; la segunda, más creativa, más entregada, más suya. Mató con decisión. Y las dos orejas llegaron con estruendo.
Cuando cruzó el umbral de la puerta grande, llevado a hombros por un gentío emocionado, el reloj de la plaza marcaba una hora indeleble. Una vez más, el coso de Cáceres vivía una de sus tardes más grandes.
Una plaza viva, un arte que respira
Ni el calor impidió que se viviera una tarde vibrante, pasional y respetuosa. Ni un asiento vacío, ni un gesto de indiferencia. Solo ovaciones, pañuelos, silencios densos y rugidos colectivos. La ciudad entera, en torno al rito.
La plaza de toros de Cáceres, con su arquitectura centenaria y su alma intacta, fue testigo de algo más que una corrida: fue testigo de una comunión entre tierra, arte y memoria.
Emilio de Justo no toreó solo por él. Toreó por los que le han acompañado, por su pueblo, por su oficio y por su tierra. Y lo hizo a lo grande, como los toreros de antes. Y como los que se quedan.