no ver oir decir
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Cuando se elaboran unas listas electorales son variados factores los que intervienen: los
afectos, las afinidades, los compromisos, los posibles votos que pueden dar. También, en
los casos de mayor ética política, los méritos. De estos últimos parece que cada vez
menos alguien se preocupa, pues sabido es que llegado el caso de tener que mostrarlos
siempre habrá un coro que por cariño o interés aplaudirá al candidato, sirviéndole de
contrapeso ante las críticas de los contrarios.

En la política de andar por casa importan los resultados y no los comienzos. Si se gana,
los actos, los nombres, quedan inmediatamente blanqueados, como si hubieran sido
lavados con un detergente sin parangón. Si se pierde, la lógica de la guerra que impera
en los partidos, pocas veces da otra oportunidad y si lo hace, lo hace en tiempo de
descuentos, dispuesta a saltar al mínimo atisbo de flojera.

El período durante el cual se hacen las listas es muy desasosegaste para aquellos con
esperanza de aparecer en algunas de ellas. Tal pareciera que no estar en alguna equivale
a ser una persona con algún defecto crucial. Importan unas más que otras, claro. Así que
los aspirantes se postulan para estas y para aquellas, e incluso existen los hijos que
reciben de la hipotética influencia de los padres su legado. Porque esa es otra, hay
partidos políticos que dicen no creer en la monarquía y sin embargo reclaman derechos
ancestrales para sus herederos o herederas, con total desfachatez.

La persona X puede ir en una lista por variados motivos: porque tiene méritos para ello,
porque consigue muchas “firmas” de muchas asambleas (aun cuando están tengan en
total un número exiguo de militantes), porque así se le quita de la competición orgánica
con el jefe de turno, porque le parece factible al jefe, porque lo reclama el partido a nivel
federal o nacional, etc, etc. Fíjense ustedes que no citamos el ser ampliamente reconocido/a por sus
representados como representante. Pero eso no parece preocupar a quienes al hacer las
listas juegan tan solo a los equilibrios internos con el objetivo de no tener demasiadas
preocupaciones ni adversarios cerca que les muevan el sillón. Están convencidos (tal vez
sea cierto el slogan) de que los votantes votan una marca y da igual quien lleve la
camiseta, ni si juega bien o no. Pero ¿y si no fuera así?

Luego están los acuerdos entre bastidores, “yo me quito de aquí, pero tú me llevas allí en
cuanto se convoquen los comicios”. Y otra vez lo mismo, no importa la calidad de la
persona, ni la de su oratoria, ni su prestigio, si está bendecida por un grupo influyente que
puede molestar bastante si enfada. Y vuelta a empezar.

La democracia se degrada un poco más en cada elección, y todos los días se enseña la
puerta a cuantos creen en el prestigio personal y la trayectoria. Lo malo es que todo el
mundo sufre la mala praxis de unos cuantos. Cuando menos se lo esperen el país
empezará a jubilar una manera de estar en democracia al ser consciente de que la
maquinaria del sistema se ha oxidado del todo. Si no ha empezado ya.

 

CONTEXTO ACTUAL  es un Grupo de análisis político y social, formado por especialistas

en diversas materias, de carácter crítico, preocupado por la situación actual.

 


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