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Dale Spender escribió, allá por los años cuarenta de siglo XX:

«El feminismo no ha peleado guerras.

No ha matado a sus adversarios.

No ha instaurado campos de concentración, matado de hambre a sus enemigos, practicado la crueldad.

Sus batallas han sido por educación, mejores condiciones de trabajo, seguridad en las calles, cuidado de los niños, protección social, centros de ayuda a mujeres violadas, refugios de mujeres, reformas en las leyes.

Si alguien me dice «Oh, no soy feminista», pregunto «¿Por qué no?, ¿cuál es tu problema?».

Pienso en ello alrededor de las circunstancias que rodean hoy la realidad feminista, en demasiados casos sólo en el papel, llena de discursos bellos que tropiezan con el crudo día a día, con la competencia, con la frustración de muchas y muchos. Hasta con la envidia. No soy demasiado optimista.

Las mujeres de mi generación no tuvimos, más allá de las lecturas y reflexiones personales, un camino y un discurso previo que seguir en nuestras actuaciones. Fue el deseo de progreso, el sentirnos internamente iguales en inteligencia y trabajo, el instinto de supervivencia, lo que nos permitió romper moldes y avanzar en derechos. Primero como personas, mucho antes que como mujeres.

En mi recuerdo muchas heroínas anónimas. Tengo grabada en la memoria a la compañera, casada, que fue al examen de álgebra embarazadísima y a punto de parir, diariamente en lucha militante con su entorno, aunque no fuera excesivamente consciente de ello. Después, cuando el niño nació, la recuerdo estudiando, en una mano los apuntes de Física, con la otra meciendo la cuna. Yo la miraba, mitad asombro, mitad estupefacción cuando iba a su casa. Casa antigua y oscura de Valladolid en el casco histórico. De novela.

Por entonces, nadie hablaba de feminismo en el afán diario, pero existía una solidaridad tácita entre mujeres. La tuve con la chica casada de Valladolid y la tuve con otra compañera de curso con quien estudiaba Electricidad y Electromagnetismo, disciplinas muy ajenas a los intereses descritos como «femeninos». Gracias a que muchas de mis amigas estudiaron carreras de Ciencias no hube de justificarme continuamente por mis «aficiones extravagantes». Tampoco lo hice con los hombres inteligentes que encontré en mi camino.

Es hoy todo mucho más teórico, más intoxicado. Quizá sólo es problema de perspectiva, de distintas generaciones, de competencias entre partidos políticos, de mediocres. En  esta sociedad tan interesada en lo nuevo que se ha acostumbrado a confundir la moda con la calidad cuando no es cierto que vayan siempre juntas. Que normaliza por abajo.

Hay personas que creen que se construye por el mero hecho de ir a manifestaciones a favor o en contra de algo y ya está. Hay quienes creen que la vida puede estructurarse en compartimentos estancos: ahora feminismo, luego marginados, más tarde  ecología… cada cosa por un lado, con el compromiso justo. Pero no es cierto, al menos no es creíble para los demás.


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