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Greta Thunberg.

Tengo los ojos de mi alumno Asperger metidos en el alma. Esos ojos fijos y quietos que inquieren, acusan, horadan. Son los ojos del que sabe. Los ojos del que intenta, lo intenta, presiona, empuja, insiste. Son los únicos ojos que me miran, que tratan desesperadamente de entender aquello que digo mientras el resto de la clase divaga felizmente por los campos del señor… y decíamos ayer en el locus amoenus que no hay más lira que la que canta… Fray Luis podía encabezar el movimiento slowy, desear la vida retirada, hacer una oda al huerto de su mano plantado… pero no deja de ser un autor del pasado a quien nadie hace mucho caso. Nadie salvo él. Su mirada escucha, su mirada procesa, su mirada fija parece no conocer el descanso de los párpados.

Aprendí a mirarle a los ojos y a hablarle despacio. Aprendí a disculparle cuando el exceso de gente le hacía huir, desbandado de sí mismo. Aprendí a nombrar lo que nunca supe si llamar enfermedad o característica. Fue mi maestro y aún recuerdo su paciencia para explicarme cómo se sentía, que era lo que de mí deseaba. Y de mí solo necesitaba establecer ese vínculo visual atento, aparentemente agresivo. De mí solo precisaba que le dejara ser él ¿Y quién es ella? Esa mirada fija, esa frente tenaz, esa boca fruncida.

Greta es una niña envuelta en las ropas con las que tratan de no crecer los adolescentes guardados en sí mismos, conchas cálidas recogidas en la crisálida sin formas de su cuerpo. Greta baja de un tren y su mirada aterrada recorre una constelación de cámaras y móviles agresivos, afilados, preparados para crucificarla. No es un símbolo, es una diana. Hacía ella se dirigen todas las puñaladas y mientras, lo único cierto –una familia manipuladora, una campaña de marketing, un deseo absurdo de viajar sin dejar huella- no debería ser esta adolescente desabrida que un día decidió callar y otro no ir a la escuela para mostrar sus miedos, sino el hecho irrefutable de que no podemos vivir en un mar de plásticos.

Lo he dicho. No hablo de cambio climático ¿Qué es la vida en la tierra sino un cambio? No hablo de la necesidad de símbolos, Cristos crucificados como esta muchacha de ojos fijos, extraña, perdida, ahorcada por su propia trenza. No hablo de ella, niña al fin, icono necesario. Hablo del mar de plástico que anega mares, mata peces y a la que yo contribuyo hasta con mi bolsa de reciclado. Ese es el hecho irrefutable. Plástico para envolver y asfixiar la vida entera.

Pienso en esos ojos fijos en mí, mirando respuestas. Hay tantas formas de ser humano, tantas plumas diferentes, tantos picos en las aves, garras en las pezuñas, hocicos en la cabeza de un mamífero… hay tantas formas de ser hombre, tantas maneras de sorber la vida a través del tacto, el olfato, el gusto, el oído, el ojo… hay tantas formas de enfrentarse al mundo. Y yo quiero aprenderlas todas, saber que más allá de lo que nos dejamos engañar, está la verdad, está el intento. Y veo a Greta. Y la creo necesaria haya salido de donde haya salido. Me mira, me empuja, me inquiere, me interpela. Y le recuerdo a él. Él era el único que sabía. El resto no quería saber. Ellos nos empujan a la verdad, y la verdad es la asfixia, el resto, poco importa.


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