Ser una noticia de dominio público debiera tener sus limitaciones. Leo por ahí los comentarios que algunas personas hacen sobre el nacimiento de (al parecer) un hijo de Bertín Osborne y me sorprende el que individuos ajenos a un hecho determinado se atrevan a comentarlo o enjuiciarlo. Claro está que si es de conocimiento general es porque alguno de sus protagonistas lo contó, pero eso no debiera ser motivo para que otros lo retroalimentaran. En fin, lo de siempre, algunos programas o revistas viven de todos estos asuntos y el año nuevo no los va a detener. Los mismos sonsonetes del anterior. Y con el mismo brío.
Sabido es que uno de los significados de la palabra sonsonete es “ruido generalmente poco intenso, pero continuado, y por lo común desapacible”. Recuerden aquello de: “Ya no cantes cigarra/ que acabe tu sonsonete/ que tu canto aquí en el alma/ como puñal se me mete”. La cigarra y su sonido monocorde y cansino. Sonsonete (ya saben) es equivalente a soniquete. Aunque ese “ruido” monótono y continuado también es posible entenderlo como metáfora.
Pues bien, una creía que con el comienzo del 2024 algunos de los soniquetes más extendidos de la etapa anterior, se habrían esfumado, pero vana ilusión, porque enero mantiene los mismos cuchicheos, idénticas comidillas, peleas, dimes y diretes, análogas controversias entre grupos, similares preocupaciones y retos a los que enfrentarse los oriundos de este país.
Imagino que ello no es lo mejor, y que hubiera sido importante iniciar un nuevo tiempo con propuestas distintas, aunque solo fuera por la novedad. Que los partidos mayoritarios fueran capaces de ofrecernos algún pacto lleno de sentido de Estado en vez de mirarse de reojo intentando adivinar los puntos débiles del contrario a ver si a costa de castigarle los “flancos” una y otra vez se puede terminar con el contrincante totalmente noqueado en la arena.
Creo que los partidos con implantación en todo el territorio nacional juegan con fuego al no querer entenderse. Porque a la posición en la que hoy está uno llegará el otro, no tardando mucho y cualquier atributo no reconocido al principal partido de la oposición le será negado, tarde más o menos, al que hoy está en el poder. Por las leyes de acción y reacción.
A mi este tipo de actuaciones de enfrentamiento total, aún reconociendo que son humana y políticamente entendibles, me traen a la memoria aquel capítulo de la Biblia en la que el administrador guarda para cuando le sea necesario y Jesús lo alaba por su astucia. O mi propia memoria personal cuando, aún estando gobernando, desarrollamos un reglamento de participación ciudadana ampliamente supervisador de los actos del gobernante, lo cual vino muy bien al grupo socialista cuando fue oposición (otra cosa es si se supo utilizar o no, en esta segunda etapa). Dejar que de manera indirecta sean los grupos minoritarios los que impongan sus tesis y alegatos, dentro de la política general, puede servir de momento para una cierta sensación de dominio de la situación. Pero no hay duda de que el procedimiento tiene los días contados.