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Héroes y tumbas

LA GRANDE BOUFFE

Omar Sharif, de beduino, avanzó por la inmensa y desolada llanura del desierto a lomos de un dromedario (¿no se dice camello?); le descerrajó un tiro a un tipo que estaba custodiando un pozo; bajó de la montura y se acercó al abrevadero. Allí estaba, mirándolo, Lawrence de Arabia, o sea, Peter O´Toole. Sharif cogió un pellejo, recipiente de agua, y bebió apenas un sorbo. Tanto calor y tanta sed para un simple trago.

Cornell Wilde llevaba días sin probar bocado, corriendo semidesnudo, por la sabana africana, perseguido por un grupo de feroces guerreros bantúes, masáis, tutsis o sabe Dios; llegó a un lugar desastrado en el que, entre ruinas calcinadas, una niña asaba algo en una mísera lumbre (una rata). Le dio un poquito al famélico Cornell Wilde, un bocado, y éste continuó su huida.

¿A qué vienen estas dos breves historias? ¿Es suficiente con un trago de agua y un mínimo bocado para seguir el camino? Pues sí, yo creo que sí. Lo que no me parece normal es esto que a todas horas nos llega por la radio, la televisión, las revistas, los periódicos, internet y lo que se ponga por delante. ¡Todo Cristo cocinando! ¡Qué hartazgo y hartura de cocineros y de reporteros preguntando por doquier qué se come y cómo se cocina! ¡Vamos  hombre, ya está bien!

No sé si fue Arguiñano el que empezó con sus cocineos en las televisiones y puso de moda que una  turba de cocineros y reporteros nos llenasen de programas de cocina. Bueno está lo bueno, pero no tanto. Jamie, un inglés anda por ahí dale que te pego; Gino, un italiano, lo mismo; una rubia exuberante nos muestra mil recetas y restaurantes de Australia; de aquí, ni te cuento; y tiro porque me toca. Hagan el favor y váyanse a freír espárragos. Que sí, que sí, que está todo muy bueno. Con su pan se lo coman. A mí déjenme una morcilla “que en el asador reviente / ¡y ríase la gente!”. No sólo de pan vive el hombre, dice el Evangelio.

Todo eso de las estrellas Michelín, me la trae al pairo. Me la refanfinflan todos esos platos de terminología culterano-barroca que deja atrás a la mismísima Fábula de Polifemo y Galatea. Aquel conejito encebollado, o al ajillo, que hacía mi santa madre, o un trocito de panceta asada, recién sacada de la lumbre, en día de caza, y voy más que contento. “Madre ¿qué hay hoy?” “Olla, hijo” “Sopita fideos, garbanzos y alguna goyería” ¿Para qué más?

Puestos a ello, a ver si reventamos comiendo, y si no comemos reventaremos de estar viendo cómo comen otros en mil y un restaurantes del mundo. Eso, ya que estamos, que se repita “La Grande Bouffe” aquella magnífica película de Marco Ferreri, guion de Rafael Azcona. Ugo Tognazzi, Marcello Mastroianni, Phillipe Noiret y Michel Piccoli se reunieron en el casoplón de uno de ellos y se pusieron a comer hasta que reventaron. Gargantua y Pantagruel, del tremendo Francois Rabelais. Veo esa película, leo esos libros y me dan ganas de hacerme anacoreta y morir de inanición en una gruta del desierto. Recetas de cocina hasta en la sopa.

 


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