Estimados compatriotas: “Navidad, Navidad, dulce Navidad…”. Espero que hayáis vivido este tiempo intensamente y que no hayan desaparecido del pueblo aquellas costumbres de antaño, que yo tanto recuerdo. Había un sonsonete: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos, y no volveremos más”. A mí aquel villancico, si es que lo era, me partía el alma. ¿Cómo íbamos a dejar de ser y de vivir lo que éramos entonces y lo que vivíamos?
Por desgracia así ha sido, y los niños de entonces, somos ahora adultos a punto de llegar a la laguna Estigia para que Caronte, el barquero, nos lleve a la otra orilla. Bueno, bueno, sursum corda!. No quería yo escribir hoy de Navidades ni nostalgias, sino de lo que tenemos ya cerca en el horizonte. No sé si vosotros, pero yo ya voy sintiendo los sones de una flauta y de un tambor.
En dos semanas, el mito volverá a recorrer las calles del lugar. Hemos escrito, y hablado, ya tanto de Las carantoñas y de San Sebastián que no voy a repetiros lo que ya sabéis de sobra. Pero he ahí que todos los días se aprende algo. Mira por donde hace poco cayó en mis manos un texto de Don José María Domínguez, afamado antropólogo de por aquí cerca y no me resisto a ponerlo aquí tal cual. Ved lo que dice:
Hemos dejado para el final otra fiesta o celebración extremeña cuyo carácter ganadero es más pronunciado y cuyo parentesco con los viejos rituales, como las lupercalias (fiesta romana) resulta más evidente. Se trata de las carantoñas, festejo que la localidad de Acehúche también celebra en honor de San Sebastián, santo que en Extremadura, por lo expuesto más arriba, asume un papel de protector de todo lo vinculado con el mundo pastoril y ganadero. El aglutinante de las ceremonias de Acehúche es el tamborilero, que llega la víspera desde alguna población de la comarca y es recibido en loor de multitudes. Las carantoñas son ocho personas adultas, siempre varones, que van enteramente vestidos de piel y llevan en la mano una vara de acebuche a la que dan el nombre de cuchillo o tárama. Estas figuras anónimas marchan en la procesión dando la cara al santo, al que amenazan con el cuchillo y le dirigen un enigmático gu. Es el mismo grito que utilizan en todo momento para espantar a los niños que se les aproximan. Terminada la manifestación religiosa aparece la carantoñina, semejante a las carantoñas, aunque más pequeña, a la que éstas dan de comer. Cuando las carantoñas «danzan» frenéticamente comienza a sonar el tamboril y a escucharse disparos de fogueo. Estas, asusta das, se revuelcan por el suelo. Seguidamente hace acto de presencia la vaca-tora que acaba ahuyentando a las carantoñas, con lo que concluye el festejo.
¿Y sabéis de qué dice el sr. Domínguez que hacían la piel del tambor? De la piel de un perro, el enemigo secular del lobo. De ahí la relación con las “lupercalias”. Yo creo que nuestra fiesta es una joya de tal tamaño que no la vemos. Pero la iremos descubriendo poco a poco. Saludo fraterno, paisanos.