Rómulo Peñalver, 16 de febrero de 2025.- En la historia de la copla española hay nombres que resuenan con la fuerza de la tradición, pero pocos han dejado una huella tan indeleble como Miguel de Molina.
Más allá de su extraordinaria voz y su interpretación inigualable, su vida fue un reflejo de la lucha por la libertad, la identidad y la resistencia ante la opresión. Hoy, su nombre vuelve a cobrar protagonismo con la propuesta de Sumar de reconocerlo oficialmente como víctima del franquismo y otorgarle, a título póstumo, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
Nacido en Málaga en 1908, en el seno de una familia humilde, Miguel de Molina supo desde joven que su destino estaba ligado a la música y la escena. Su irrupción en la copla fue una auténtica revolución: interpretó un género hasta entonces reservado a las mujeres, con un estilo propio que lo convirtió en un icono de la modernidad republicana. Sin embargo, su compromiso con la libertad y su condición de homosexual le costaron el destierro y la violencia.
Con el golpe de Estado franquista, su arte se convirtió en un acto de resistencia. Recorrió el frente republicano elevando la moral de las tropas con sus canciones, lo que le valió ser señalado y perseguido por el régimen. Sufrió brutales palizas y vejaciones por ser «marica y rojo», según las propias palabras de sus agresores. Fue confinado en Cáceres y Buñol, y en 1942 se vio obligado a exiliarse.
Su exilio le llevó a Argentina, donde su talento fue reconocido y venerado, aunque la sombra del franquismo lo persiguió incluso en tierras lejanas. En su retorno forzado a España, encontró un país que aún no estaba listo para recibirlo. Volvió a México y, finalmente, a Buenos Aires, donde contó con la protección de Eva Perón y donde vivió hasta su muerte.
A pesar de haber sido una figura clave en la historia cultural de España, Miguel de Molina no recibió en vida el reconocimiento institucional que merecía. Solo un año antes de su muerte se le concedió la distinción de Caballero de la Orden de Isabel la Católica, un gesto tardío para un artista que había dado tanto a su país. En 1998, Málaga lo nombró Hijo Predilecto, pero su legado sigue esperando una reparación acorde a su importancia.
La iniciativa de Sumar busca saldar esa deuda histórica, no solo otorgándole la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, sino promoviendo estudios e investigaciones sobre su obra e influencia en Europa y América Latina. Se plantea, además, la organización de exposiciones, coloquios y jornadas divulgativas que permitan redescubrir la magnitud de su legado y su lucha incansable por la libertad.
Hoy, Miguel de Molina sigue siendo un símbolo de valentía y arte sin ataduras. Su voz, sus canciones y su historia son un recordatorio de que la cultura también es resistencia, y que la memoria de quienes desafiaron la opresión merece ser honrada con justicia.