otra tierra
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Me entero de que unos científicos, concretamente uno, ha descubierto la existencia de otra “Tierra” distinta a esta en la que vivimos, un planeta similar al nuestro. No la han visionado aún, pero los datos hallados revelan, aparentemente, que “haberla, hayla” y con  su propio “Sol”, alrededor del cual gira. No se ve porque, al ser la luz de ese sol muy potente, anula y confunde las características que la harían plenamente visible. De detectarla, por fin, se buscaría el agua en sus confines, el líquido necesario para la vida.

El hallazgo, de ser cierto, es fabuloso. Hace mucho que sabemos que no estamos solos en el Universo. Los visionarios, en sus obras de ciencia ficción, nos lo advirtieron. En A Coruña, dentro de un inmenso Acuario (Aquarium finisterre), enclavado en el Paseo Marítimo, con piscinas exteriores conectadas al Atlántico, se encuentra la Sala Nautilus que una vez me llevaron a visitar. Se trata de una recreación del Gabinete del Capitán Nemo en su famoso submarino, el ideado por Julio Verne, creador de la extraordinaria aventura marina en la novela “20.000 leguas de viaje submarino”. Allí, rodeada de muebles, catalejos y cartas de navegación de la época del personaje, mientras se oye la música de órgano que interpretaba Nemo y se ve la silueta de decenas de peces que nadan en la piscina en la que el Gabinete está ubicado, fui plenamente consciente de la imaginación portentosa, no exenta de conocimientos, de un autor, pionero de aparatos científicos construidos más tarde.

Sin duda la mente humana es prodigiosa, específica en sí misma, nunca igual a la que tiene al lado. Sin saber exhaustivamente las causas, los neurocirujanos sospechan (saben) que un cerebro no es igual a otro y que dos cerebros aparentemente similares por fuera son muy distintos por dentro en su complejidad y el juego de conexiones que permite la diferencia. Conocer mucho más de estos asuntos es tan interesante que, siempre me hace preguntarme sobre los motivos por los que la mayoría de los jóvenes no cursan carreras científicas en sus variadas disciplinas. Quizá la Universidad española, en general, no tiene el nivel adecuado, se ha quedado rezagada manejando multitudes de estudiantes sin los filtros pertinentes, llena de burocracias sin fin, selecciones mediocres y bajos sueldos. Desde luego no ofrece unos alicientes verdaderos.

Me narran la anécdota de un hijo que ha regalado (al morir su padre) los 3000 discos de música clásica de éste, porque “ese tipo de música” no le interesa. La explicación no puede ser tan burda. Y es digna de análisis. Dejando aparte la emotividad de la transmisión, deben existir otras razones (espacio, mantenimiento, etc) para no considerar lógico guardar tamaño tesoro, fruto de mucho y elaborado conocimiento humano. Aún cuando se pueda localizar en los canales musicales de los que hoy disponemos, faltaría la sistemática recopilatoria y analógica que ofrecen los discos.

Vivimos en una época de grises, ese color entre el blanco y el negro, hoy tan del gusto de los diseñadores. A decir de unos cuantos filósofos, el gris es “la cotidianeidad” (Sloterdijk) mientras asistimos a un nuevo fenómeno (Konstan), el de la pérdida del color y a la pregunta de si eso significa que “el ser humano es cada día más gris, menos airado, pero menos flexible, más equilibrado pero cada vez menos interesante”. Salanova, autora de un ensayo sobre la inteligencia artística, está de acuerdo con lo anterior, llevándolo al campo del pensamiento y al trabajo de los críticos, cada vez más uniforme y neutral ante el miedo de ser señalados: “opinar diferente (se penaliza) mientras se premia la ambigüedad de mantenerse en una zona gris”. De ahí solo hay un paso a “un estado moral adormecido”. Pues eso.


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