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No creo mucho en las Primarias, no vayan a pensar, por eso a lo mejor lo que voy a decir tiene una carga subjetiva notable. Reconozco que teóricamente son un hallazgo, todo eso de que los participantes combatan en armonía y buena lid, ofreciendo lo mejor de sus cualidades, fervor e inteligencia en favor de un partido, para que el resto de afiliados, llenos de buena ética, elija el mejor que “los conduzca”.

Por desgracia esto nunca fue así. Y cuando lo fue, ya se encargaron los unos y los otros de que se estropeara. A veces ni siquiera es culpa de los protagonistas. Cuando un vigoroso Josep Borrell ganó (contra todo pronóstico) las primarias, en competencia con Joaquín Almunia, muchos asistimos a la lucha soterrada entre sus más próximos seguidores. Disfrazada de buenas formas, eso sí, y de interés para el partido, pero descarnada en el fondo. Como uno era el candidato a Presidente de España y el otro era Secretario General de la organización, cada vez que se invitaba al primero a un evento o debía participar en un acto público, el segundo también debía acudir para que no pareciera que…y viceversa. Las situaciones se volvían incómodas, y hasta se cancelaban, si en un determinado lugar, el “aparato” tenía las riendas de la situación y el que llegaba era Borrell. Y al revés si se actuaba en campo contrario. En fin, un follón, que traía a la inmensa mayoría de militantes sin saber muy bien cómo posicionarse. Al final, el elegido en Primarias dimitió y Almunia terminaría presentándose por el Psoe en aquellas elecciones generales. Nunca sabremos si la decisión de Borrell de abandonar estuvo bien fundada o fue el cansancio acumulado de tanta zancadilla. Almunia no ganó y su campaña fue amarga. Ambos (Borrell y Almunia) son personas cabales y muy inteligentes.

Una de las frases más famosas del pensador francés Jean-Jacques Rousseau es aquella que viene a decir que “el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad quien lo corrompe”. Yo no lo veo tan claro. Las personas parecemos de arcilla moldeable. Por lo general aprendemos demasiado rápido las trampas y la excepciones a las reglas, y las disimulamos con ropaje de sinceridad y beneficio para un determinado objetivo. Mucho antes que la honestidad y el rigor en los comportamientos. Bien podía ser al revés, pero lo cierto es que esto último se cumple en un número de casos mucho menor que lo contrario. Y casi nunca resulta bendecido.

Nos guste o no, la realidad es que, en los procesos de Primarias sucede como en otros muchos ámbitos de la vida: que se ponen en marcha los intereses de muchos, antes que los genéricos o de conjunto; las ambiciones personales de unos cuantos y la posibilidad o no de poder pagar las ayudas a los deudos. Y entonces aparecen los conciliábulos, que no debates, los pactos en la sombra y los apaños. Y acaba ganando el que mejor se mueve entre bastidores, o el elegido por el “dios” máximo que cualquier partido tiene, o su “contrario”. O aquel que tiene astucia para ofrecer y pagar los favores. Eso por no hablar de los juegos de equilibrio entre diferentes zonas de influencia. O entre gobierno y partido. O entre los géneros. Un proceso de Primarias no garantiza por sí mismo que el elegido sea el mejor. A mi se me asemeja más una forma de “alegrar” y “entretener” la vida partidaria de tanto militante al que no se le deja actuar de otras muchas formas.


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