Incendios que arrasan y un modelo que falla
Extremadura vuelve a ser víctima de su abandono. El incendio de Jarilla ha devorado ya más de 16.000 hectáreas y España supera las 390.000 calcinadas en lo que va de año.
No es solo el viento ni el calor: lo que arde es un modelo equivocado de gestión forestal.
Limpiar un monte, desbrozar un campo, retirar maleza o hacer una quema controlada exige permisos interminables.
Los agricultores y ganaderos lo saben: la burocracia lo frena todo. Resultado: montes convertidos en polvorines.
Cuando llega la chispa, el fuego encuentra combustible a raudales.
Aviones, helicópteros, brigadas… se gastan millones en extinción. Pero se invierte mucho menos en lo esencial: prevenir.
La tradición tenía la receta: pastoreo, carboneo, aprovechamiento de la leña.
Hoy, en nombre de la protección ambiental, muchos paisajes se dejan morir bajo la excusa de conservarlos.
Las consecuencias no son solo hectáreas calcinadas. Son vecinos que huyen de sus casas, agricultores que pierden sus cosechas, familias que rescatan lo único que pueden.
Como esa mujer que, en plena evacuación, lo único que se llevó fue la urna con las cenizas de su padre.
Lo que Extremadura exige
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Prevención durante todo el año, no solo en agosto.
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Permisos rápidos y ágiles para limpiar y desbrozar.
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Más inversión en gestionar el territorio, no solo en apagarlo.
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Coordinarse sin guerras políticas: no vale echarse la culpa mientras la sierra arde.
No podemos resignarnos a vivir cada verano en vilo, con el humo en los pulmones y el miedo en la garganta.
Si no se limpia el monte, arde. Y mientras arde, arde también la dignidad de nuestros pueblos.
Extremadura necesita un giro valiente: escuchar al campo, implicar a las comunidades rurales y dejar de tratar la prevención como un trámite menor.
Porque proteger el monte no es un lujo verde: es proteger la vida.