Hay algo parecido a la derrota, en la explicación dada por un vecino cuando viene a decir
que, si bien existe un ambicioso proyecto para una zona tan especial, pergeñado desde
hace diez años, es preferible no ambicionarlo si no tiene visos de hacerse. Y conformarse
con quitar la basura detenida. Un abandono limpio, vamos. Con voluntarismo.
El comentario me hizo pensar. ¿Es lo oportuno? ¿Seguro que los convecinos quieren
eso? ¿Varios aficionados y algún profesional, con mascarilla y guantes, transportando los
bártulos, una mañana de asueto en el calendario, para maniobrar in situ con rastrillos y
palas, llenando bolsas de basura con hojas secas y papeles viejos? El vecino añade que
todo vale si se trata de no olvidar el estado de la cuestión, el verdadero asunto. Pura
rebaja.
Aunque las rebajas ya no son lo que eran. Con tanta compra por Amazon y tantas
restricciones pandémicas no le ha quedado al comercio más remedio que la aplicación
periódica de algún descuento. Para incentivar al consumidor y su deseo de hacer
compras, con el fin de, al menos, no ver decrecer los consiguientes ingresos en caja.
Pues algo parecido ocurre con las expectativas sobre lo comunitario, que también andan
alicaídas, y rebajadas.
Pienso en las formas diversas de percibir la realidad que tenemos los humanos, tan
relacionadas con el pensamiento propio sobre nuestro papel en el mundo. Y en la fuerza
de las vivencias personales, a veces tan asentadas que es inútil intentar superarlas. En mi
familia también existen esos dos “bandos”. Uno, combativo, el otro, estoico. Si alguien del
primero señala que debe ser obligación de cada uno el progreso propio para intentar tener
una vida mejor, hay en el segundo un inquebrantable toque llamando a vivir la vida con
una cierta humildad, sin ambicionar nada exageradamente. Quijotes y Sanchos, que dijo
Cervantes. Necesidades no cubiertas, forja del carácter y educación, en el caso de los
primeros. Pragmatismo a secas, en el de los segundos. Pereza, incluso. Aunque puede
que haya algo más: esa consabida costumbre del español de no pedir ayuda, de
despreciar el conocimiento existente -personas incluidas- como si fuera un mueble viejo,
arrumbado a paredes desconchadas. Por orgullo, creyendo que se pierde el tiempo y que
su aportación no es necesaria.
Sin embargo, para cualquier realización notable es de interés la consulta en profundidad a
los informes existentes al efecto. Las notas, los apuntes. Porque en ellos están los
antecedentes, la historia del sitio, los planes, lo hecho, lo que no se hizo. Sobre todo, si ya
han pasado diez, once años, como ocurre en el caso que nos ocupa. También, los costes,
la posible financiación. Ante las fotos en días pasados del trabajo físico de personas
bienintencionadas, la pregunta que uno se hace es cuántas de ellas son conocedoras de
los detalles de la operación que estaba en marcha en su momento. Sus claves y su razón
de ser, más allá de las cuatro generalidades contadas. Su justificación global, dentro de
un barrio y una ciudad. Porque, como afirma Hegel, el verdadero significado de una pieza
individual solo se ve cuando se la observa dentro de un todo. Llega luego la disyuntiva de
cualquier gobernante: ambición o no ambición para unos objetivos y su logro. La esencia
de ser o no ser. He ahí la cuestión.