carantona
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Estimados compatriotas: Como el que no quiere la cosa, “piano ma lontano”, ya van conociendo por esos anchos mundos las excelencias del producto clave de nuestra patria chica. Recuerdo ahora la primera vez que en una cafetería famosa de Santander vi que en una pared, donde estaban escritos con grandes letras los productos que ofrecía, leí: Torta del Casar. Me hizo ilusión. A ver si no tardamos mucho en ver allí también: Quesos de Acehúche.

Lo paradójico del asunto es que un acehucheño de pura cepa, que corrió de niño  por sus calles en aquellos lejanos años cincuenta, ni prueba el queso ni atado; aunque cada vez que va al pueblo regresa a su hogar con algunos ejemplares de una u otra industria. ¿Cuántas hay ya?

Mi amigo Germán “Perrín”, tenía la majada ahí en el Coriano, mirando a la Rivera, y de sus cabras nacía, y nace, un producto sobresaliente, al decir de los entendidos. Nada desmerecen los que hacen los muchachos de “Mateos”, ni los de “El Acehucheño”, ni los de “La Carantoña”, ni los de “Silva Cordero”. En fin, que no falten nunca y sigan siendo economía, trabajo, alimento y placer para mis paisanos y para el resto del ancho mundo.

Amén y así sea. Como será, de nuevo la fiesta más peculiar que se celebre en Extremadura, se pongan como se pongan antropólogos y etnógrafos. Más esotérico rito que el de las carantoñas no lo hay en cientos de leguas a la redonda. Un milagro de los tiempos que, en lo alto del ribero del Tajo, se haya conservado el trajín más raro y peculiar de los tiempos y las costumbres. Cuando oigamos la víspera el son del tamboril, una culebrilla de emoción inexorable nos recorrerá nervios y arterias: el de  la voz de nuestros antepasados que, cada enero, nos dice que no los olvidemos. Pues que viva San Sebastián. Ahí nos veremos el día 20.


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