Juan Preciado.Madrid / Lisboa, 29 de abril de 2025.— Los semáforos parpadearon y luego murieron en las avenidas más transitadas. Los trenes chirriaron hasta detenerse en seco, dejando a miles de trabajadores varados entre estaciones. En los supermercados, las colas serpenteaban más allá de las puertas, mientras los datáfonos enmudecían y los cajeros automáticos se quedaban en negro. No era un simulacro ni un problema local: el 28 de abril de 2025, la península ibérica se apagó.
Pasaban apenas unos minutos del mediodía cuando la luz se esfumó. Primero en Lisboa, luego en Madrid, y después, como una sombra implacable, en el resto de España y Portugal. Fugazmente, incluso algunas zonas del País Vasco francés se vieron afectadas. Millones de personas se vieron de repente en una realidad sin electricidad, sin internet y sin respuestas.
Sin pistas claras
A media tarde, el presidente Pedro Sánchez compareció para asegurar que las investigaciones estaban en marcha, pero sin ofrecer certezas. La compañía portuguesa E-Redes habló de un “problema europeo”, vago e inquietante. Desde REN, la gestora lusa de redes energéticas, desmintieron tanto un ciberataque como un fenómeno meteorológico extraordinario. Por ahora, el misterio continúa.
El colapso cotidiano
Más allá de las explicaciones, el apagón tuvo consecuencias inmediatas. Los hospitales activaron generadores de emergencia, pero las escuelas cerraron. Los bancos se blindaron. La red ferroviaria española colapsó por completo, y el metro de ciudades como Valencia y Madrid se convirtió en un laberinto detenido. En Lisboa, algunos turistas caminaron kilómetros desde el aeropuerto hasta el centro ante la falta total de transporte.
“Parecía el fin del mundo pero sin histeria”, comentó Diana Alfia, recepcionista de un hostal lisboeta. “Unos se fueron a la playa, otros esperaban frente a los escaparates como si la electricidad pudiera volver por arte de magia”.
En Madrid, el Open de Tenis fue suspendido en pleno partido. En Sevilla, los bares sacaron velas a las terrazas mientras se servían cañas con billetes en mano. Lo digital dejó de existir por unas horas: el papel y el bolígrafo volvieron a ser herramientas esenciales de trabajo.
La lenta reconexión
A medida que avanzaba la tarde, comenzaron los primeros signos de alivio. Cataluña, Aragón, Andalucía y el País Vasco encendieron sus luces poco a poco. Lisboa siguió más tiempo a oscuras, dependiente de su propia capacidad eléctrica, sin conexiones con Francia o Marruecos, como sí tiene España.
El operador francés RTE confirmó que la electricidad volvió con rapidez en su región fronteriza. REN, en Portugal, advirtió que el restablecimiento sería progresivo. “España tiene a quién apoyarse. Nosotros debemos hacerlo solos”, dijo un portavoz de la empresa energética lusa.
Un calor fuera de norma
La AEMET informó que las temperaturas ese día estaban por encima de la media: 27 a 30 grados en pleno abril. Aunque algunos miraron al cielo buscando respuestas, REN descartó que el calor fuera el detonante. “No. Espero que no”, fue la escueta respuesta de Bruno Silva, portavoz de la operadora portuguesa.
Europa en alerta
No es la primera vez que Europa experimenta apagones de gran escala. Italia en 2003, Alemania en 2006, los Balcanes en 2023. El caso ibérico recuerda que la interdependencia energética del continente es tanto una fortaleza como una amenaza latente. La Comisión Europea ya ha anunciado que estudiará el suceso a fondo.
Este lunes negro será recordado por sus imágenes insólitas: taxis colapsando las avenidas sin semáforos, cajeras apuntando precios a mano, turistas empapados de sol y sin GPS, niños en casa jugando sin pantallas. Pero también será una llamada de atención: en el siglo XXI, incluso las sociedades más modernas pueden quedar a oscuras en cuestión de segundos.
Porque cuando se va la luz, no solo se apagan las bombillas. También se iluminan nuestras vulnerabilidades.