He pasado de creer que el seguimiento sistemático de la moda es una frivolidad, a intuir
que hacerlo, puede convertirse -conscientemente o no- en la sutil venganza de algunas
mujeres a las que, a pesar de la elevada posición que ocupan, se les ha cerrado la
posibilidad de tener voz propia en asuntos de interés general. Porque, y no olvidando el
mucho dinero que mueve, también sirve para presentar en sociedad un inmejorable
aspecto estético, cuando la ropa está bien cortada, y aparecer -con la letra impresa
correspondiente- en revistas del género que siempre son las más vendidas entre la
población de un país. Y digo que parece significar una venganza, porque vestidos y
accesorios de las grandes damas son minuciosamente detallados, escudriñados y
analizados hasta la saciedad. Desde luego, bastante más que las palabras, gestos y
vicisitudes de sus parejas. Un exterior bonito llama la atención porque denota cuidado,
disciplina, modernidad y si de paso da altavoz a una firma se está incluso construyendo
nación. O al menos, eso dicen.
Al principio, cuando veía los muchos renglones de texto empleados en narrar las
excelencias del vestido que portan determinadas mujeres con inteligencia demostrada, no
podía por menos que sentir algo parecido a la indignación. Por el desperdicio que supone.
Cómo avanzaremos, pensaba yo, en la proyección intelectual de la mujer y en su
visibilidad en el mundo a través de las acciones que ejecute, si continúan funcionando los
estereotipos de género tan bien marcados que siempre llevan a pronunciarse sobre el
lado estético del cuerpo femenino, obviando todo lo demás. Es cierto que algunas mujeres
escapan a esto, pero suelen ser menos agraciadas o de edad más madura. La Merkel y la
Thatcher, por ejemplo. Posiblemente, muchas veces se haga solo por razones de
protocolo, un paso atrás de lo que se trata de elevar como símbolo, al que se enaltece
para que sobresalga sobre todo lo que le rodea, incluidos sus familiares, en base a
desvalorizar, en alguna medida, lo circundante.
He llegado a pensar que en el cuidado exquisito de lo estético de la propia figura, y en la
proyección súper perfecta de ella, está la manera que algunas mujeres usan para
empoderarse y no desaparecer del pensamiento de quienes miran. Y lo consiguen, vaya
si lo consiguen. No darán ruedas de prensa ni escribirán artículos concienzudos, pero
logran una gran apreciación en los comentarios masivos de la gente. Tanto o más que
aquellos a los que acompañan. Hacerlo es relativamente, cómodo, si se tienen asesores
especializados y poder adquisitivo.
Pensaba yo que, puesto que vivimos en un mundo de apariencias, los partidos políticos
debieran aprender de estos métodos, ahora que cada vez es más corriente asistir a
nombramientos y paseíllos de múltiples personas de las que desconocemos su capacidad
para la defensa de aquellos asuntos de interés público para las que se les nombra y a las
que jamás hemos oído su parecer sobre ellos, no sabemos si por precaución -para no
molestar, si acaso- a quien las dirige, o por puro desconocimiento. Y que en el caso de las
mujeres aparece demasiado doloso, precisamente por el mucho tiempo de invisibilidad de
éstas, antes de ahora, como sujetos activos en la vida pública