Héroes y tumbas
El primer contacto con venezolanos fue, claro está, en aquellos años universitarios en la docta Salamanca. Normal. En la universidad abundaban por doquier los estudiantes hispanoamericanos. Uno, de natural amerindio, frecuentó la amistad con varios panameños y por ende los lugares donde vacilaban estudiantes de allende el océano. Había venezolanos, naturalmente, y recuerdo ahora a uno especialmente, Franklin, que se holgaba de la prosperidad y riqueza de la que hacía gala su patria en aquellos tiempos. Pero todo pasa y nada queda, lo nuestro es pasar, decía Don Antonio, el pobre. Así fue que Venezuela cayó en manos del “Gorila Rojo” y todo empezó a hundirse como un barco alcanzado por los torpedos. Cómo sería la deriva del pobre país que hasta ocho millones de venezolanos se ha tenido que ir de allá. Porque los mataría el hambre, o lo haría la cuerda de filibusteros que se ha hecho con las riendas y el gobernalle de la nave patria.
Recuerdo hora a un señor natural de Casar, sí de nuestro Casar de Cáceres, con el que pegué la hebra más de dos veces y hablábamos de Venezuela. Él había vivido gran parte de su vida en aquel país y añoraba sus años venezolanos. Había vuelto vencido de la edad y buscaba ya el reposo definitivo; pero se le iluminaba la mirada cuando me hablaba de “Los Llanos”, esa extensión infinita de tierras entre Venezuela y Brasil, donde campan los animales libremente y una vez al año son capturados por los “llaneros” de a caballo.
Se han apoderado del poder y no lo sueltan ni a la de tres. Ni Juan Guaidó, ni Edmundo González , ni la Biblia en pasta. La historia ha demostrado con creces que cuando “ellos” llegan al poder no se bajan de la burra ni a latigazos. Una pena de país. Cómo no pensar en todas esas venezolanitas que pululan por aquí, acompañando a nuestros mayores, trabajando en los bares o buscándose la vida como Dios les da a entender. Muy cerca tengo el caso de Gladys, una señora venezolana encantadora, que ha cuidado de mi difunta hermana hasta su último aliento y que anda ahora por Madrid con miles de venezolanos clamando por un cambio de timonel en su paisito del alma. ¿Y cómo ayudarles? ¿Ayudarles? Si resulta que aquí se pavonea por los medios y por los asientos de los diputados un tipo de tal catadura que quiere para nosotros lo que les pasa a los venezolanos. Mejor ni nombrarlo. Zapatero a tus zapatos. Yo me iría a Venezuela mañana mismo, “a caballo vamos pal monte”, a correr por los llanos y a encomendarme al espíritu de mi paisano Pero Alonso Galeas, que fue uno de los fundadores de Caracas. ¿En qué cabeza cabe que uno de los principales productores de petróleo del mundo tenga que pedir prestado porque no tienen qué echarle a sus autos?
Total: que como la diosa Fortuna no tenga piedad de ellos, los pobres venezolanos tendrán tirano para rato. Pero si la caprichosa suerte se apiada de toda esa gente, tal vez el felón acabe como acabaron Ceaucescu, Sadam Husseim, Mohamar El Gadafi y algún otro. Para rematar la faena volveremos a leer “Las lanzas coloradas” esa magnífica novela del gran venezolano Arturo Uslar Pietri.