Juan Preciado, Bruselas, 18 de julio de 2025.- La decisión de la Comisión Europea de Ursula von der Leyen de integrar la Política Agraria Común (PAC) en un Fondo Único europeo ha desatado una tormenta de indignación en el campo europeo. Agricultores, cooperativas y organizaciones agrarias han recibido como un mazazo un paquete de medidas que, según denuncian, “traiciona la esencia misma de la PAC” y amenaza con dejar al sector agrario “desnudo ante un futuro incierto”.
El recorte de casi un 20% en el presupuesto agrario, la renacionalización de las ayudas y la imposición de indicadores ambientales y sociales sin garantías económicas han convertido a los agricultores en los grandes damnificados de una política que, durante décadas, había sido el pilar de la seguridad alimentaria europea.
“Se nos pide producir menos, cuidar más y competir a la vez en un mercado global feroz, pero con menos recursos y menos respaldo”, lamenta Luis Castaño, cerealista extremeño y portavoz de COAG en la región. “Es un contrasentido peligroso”.
“Populismo desde Bruselas”
Farm Europe, el influyente think tank rural europeo, no ha escatimado en palabras al calificar la propuesta de “un regalo al populismo rural”. Para el organismo, la presidenta Von der Leyen está dinamitando la singularidad de la PAC y alimentando la sensación de abandono en el campo.
En cifras, el nuevo presupuesto agrario quedaría en 300.000 millones de euros, muy lejos de los 395.000 millones necesarios para mantener el nivel de ayudas de 2027 y de los 482.500 millones para igualar el presupuesto de 2020.
La única luz en este oscuro panorama es la duplicación de la reserva de crisis hasta 6.300 millones de euros, una medida considerada “insuficiente” por la mayoría de organizaciones, que reclaman un mecanismo europeo fuerte para hacer frente a emergencias agrícolas.
La dimensión económica, arrinconada
El nuevo marco planteado por la Comisión subordina la PAC a objetivos ambientales y sociales, con 32 indicadores verdes que, a juicio de Farm Europe, “ignoran el carácter económico de la agricultura”. Además, la condicionalidad múltiple que se impone y la ausencia de parámetros comunes abren la puerta a una competencia desleal entre agricultores de distintos Estados miembros.
“No es solo un problema de dinero; es la sensación de que la agricultura ha pasado a un segundo plano”, subraya Ana Jiménez, joven ganadera de La Vera. “Las zonas rurales están perdiendo su voz en Europa”.
Ganadería, digitalización y gestión de riesgos: las pocas buenas noticias
En el documento de la Comisión también se destaca un cambio de rumbo en materia ganadera, con mayor flexibilidad para el aprovechamiento de pastos y la protección de las denominaciones de origen. Igualmente, se contempla el impulso de la digitalización agraria, aunque expertos advierten que “las herramientas propuestas aún son insuficientes”.
Por otra parte, se celebra la apuesta por una política europea de gestión de riesgos, pero se exige “urgencia y claridad” sobre cómo funcionará realmente la reserva de crisis.
El campo europeo pide un giro de timón
Farm Europe ha hecho un llamamiento al Parlamento Europeo y a los Estados miembros para que “corrijan el rumbo” y devuelvan a la PAC su papel central en la economía rural. La batalla por el futuro del campo europeo ha comenzado, y las próximas semanas serán clave para definir si Bruselas escucha la voz de quienes, cada día, trabajan la tierra.
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El campo extremeño no es un decorado
El campo extremeño no es un parque temático para turistas ni un fondo de pantalla verde para discursos en Bruselas. Aquí hay hombres y mujeres que sudan cada día para mantener vivo un territorio que alimenta a Europa. Recortar la PAC, relegar su dimensión económica y priorizar indicadores que no entienden la realidad rural es, simple y llanamente, una traición.
Los agricultores y ganaderos extremeños no piden privilegios; piden justicia. Piden un trato digno que garantice la rentabilidad de sus explotaciones y la continuidad de un modo de vida que vertebra pueblos y comarcas enteras. Piden políticas con los pies en la tierra y no en las moquetas de los despachos europeos.
Si la Unión Europea abandona al campo, ¿quién llenará nuestras despensas? ¿Quién cuidará los paisajes, las dehesas y las aguas? Extremadura ya ha pagado un alto precio por décadas de desigualdad y promesas vacías. Ahora no puede ser la gran perdedora de una transición mal diseñada y peor ejecutada.
Es hora de que las instituciones europeas y nacionales miren a los ojos a quienes trabajan la tierra. Porque sin campo no hay futuro. Y en Extremadura, el futuro empieza en cada surco, en cada colmena, en cada arroyo que atraviesa las dehesas.