Javier Manso
Todo preparado, el suelo impecable, un círculo perfecto, ni una mota de polvo sobre él, nada que pueda impedirle deslizarse. Lo ha dejado tal y como si fueran a jugar al curling. Es rápido, astuto y se sabe observado. Se concentra; no puede desviarse ni un ápice de las reglas del baile. Ella es una princesita a la que hay que cuidar, y está dispuesto a robarle el corazón.
Él está impecable, guapísimo: corbata azul cobalto, traje negro, dientes y boca perfectos, tal que un Tom Cruise; ojos azules que brillan con intensidad a su antojo. Levanta los brazos con el arte de un banderillero chuleta en la Maestranza, y a continuación, comienza el baile y el despliegue de habilidades, con movimientos aprehendidos en la academia “Genes y Tiempo”. Da vueltas y vueltas alrededor de la pista tal que un derviche, todo un maestro en el arte de la seducción mediante el movimiento. Paso lateral y saludo de galán con esa especie de chistera puntiaguda, alborotada, medida y colocada con descuidada precisión.
Ella, embelesada le mira, cautivada por su porte de macho alfa. “Nunca antes vi tal cosa” le dice su corazón. Ahora él brinca, insinúa con sus movimientos de pelvis su atractivo viril. Nadie mejor que ella, instalada en el “palco-rama” principal, para observar con plenitud a ese extraordinario danzarín. Por fin ha alcanzado la aprobación de la princesita; ella, excitadísima, ha llegado al paroxismo del amor y rendida cae ante él. Todo se completa en su mullido nido de la alcoba “princesistica” que él, con cariño y esfuerzo, día a día ha “madejado” para ella.
Hoy, con nostalgia, recuerda aquel baile, aquel nido en el que tanto cariño vertió, mientras mira a las “apabardas”, y piensa: “Cuanto esfuerzo …, cuanto esfuerzo para acabar sobre esta rama de mierda, mirando cómo vagan locas hormigas carpinteras haciendo veredas en el suelo. Y ella, ella la princesita ya desplumada, comiéndole la moral: ¡Que harta me tienes, hijo, que harta!. Es que no eres ni sombra de lo que fuiste”.
“Puta vida la mía”, piensa. “No me dieron a elegir y tuve que nacer siendo ave del paraíso”. Mientras, embelesado, con envidia mira hacia el cielo, donde las térmicas elevan livianas hojas verdes del bosque.
Y colorín colorado …