Digital Extremadura
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Rafael jugaba al billar como el primero. Con mi padre, que fue subcampeón juvenil en Salamanca, se las tenía. Aquellas partidas fueron memorables. Pero si en algo destacó la personalidad extravagante de Rafael fue en sus condiciones extraordinarias para la caza al salto.

Rafael fue un cazador excepcional, debido sobre todo a unas piernas de acero y a una resistencia increíble. No fue cazador de partida ni de compañeros. Cuando iba con otros no guardaba la distancia ni tenía en cuenta los pasos de los demás. Por eso, él prefería cazar solo.

Tuvo una perra setter, la Eva, que él decía que era buenísima; pero seguramente él era mejor que la Eva. La desgracia fue que en un lance de infortunio, Rafael le pegó un tiro. ¡Qué disgusto más grande! Me parece estar oyendo aún los ayes de su mujer, Jacinta, y de sus hijas, Petrita y Juanita.

Lo cierto es que salía por ahí, por el Ortigón, pasaba el Manantraero, cruzaba Arenillas y aparecía por la laguna Engorroná con cuatreo o cinco piezas en la mochila o colgando de la canana. En puro verano, o mejor en el estío de septiembre, salía en la ardiente siesta y a bando que se levantara de igualones le daba dos o tres vuelos y acababa con media docena de perdigones colgando de la percha.

Habría mil anécdotas que contar sobre aquel barman-cazador que fue Rafael. ¿A cuántos niños hizo rabiar con sus bromas y perrerías? ¿Qué pasó aquel día en que, con el bar lleno de parroquianos, se le escapó un trabucazo? En fin, pasamos por la Plaza y siempre recordamos la figura de aquel acehucheño que un día, estando en Cáceres, perdió combinación de viaje y ni corto ni perezoso se vino andando a casa. Cosas de Rafael.


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