La felicidad, decía el poeta mexicano Octavio Paz, es una sillita al sol. Una silla de enea para poner a la puerta de la casa de pueblo y salir al serano a departir con los vecinos de la calle cuando ya hace fresco y el día con sus tareas y afanes empieza a declinar al otro lado de los tejados en atardeceres bellísimos. El fin del verano, ese que tiñe de melancolía la luz que va menguando por el extremo de la jornada calurosa, se nota en la partida de las gentes que ocupan el pueblo pleno de risas, en las maletas que se hacen y las promesas de retorno a la paz de la casa que vuelve a cerrarse con un portazo de tristeza. Los niños dejan atrás la libertad de calles y piscinas diminutas, las amistades y hasta los amores hilvanados en lo que parecían días eternos de verano en la casa de los abuelos y los mayores vislumbran una ciudad aún ardiente que se ofrece trampa de forma de vida, progreso y melancolía.
En las risas y las gentes del verano pueblerino hay un deseo de cambio de existencia que conjura el final de agosto con su coche lleno de maletas, con sus despedidas rápidas y el cierre de la puerta que ha guardado el frescor de las paredes gruesas. El pueblo vuelve a quedar quedo en el silencio de la tarde punteado de vencejos y golondrinas posadas en los cables de la luz que atienden al paso de las horas. Los hombres tienen sus tiempos de emigración y parten por la carretera ardiente, convencidos de que habrá un momento en la vida en el que regresarán al horizonte liberado de horarios y vida urbana, esa que nos asfixia de obligaciones en un nudo de metro y autobús, rutas de pájaros que van más allá del Estrecho a cruzar el agua promisoria. El verano en el pueblo tiene posibilidad de cambio de vida y ese septiembre que se acerca pleno de racimos recupera el ritmo de lo lento, la necesidad de otra forma de existir sobre la tierra… y pasan los días que tachamos con tristeza y queda ese eco de las calles sin silla al sol, sin eco de charla, sin paso que pasa y saluda… es el fin, el fin del verano.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.