Cartas acehucheñas
98 – RECUERDOS Y OLVIDOS 2
Estimados compatriotas: Una retahíla de personas que se me va difuminando en la memoria. En el cuartel había cuatro o cinco familias de guardias civiles. El cabo, Valeriano; Eduardo, grande y gordo; Cortés, padre de mi amigo Juan Cortés Martín; “Habichuelo Blanco”, cuyo nombre no sé decir; luego vino otro que hacía esculturas con corchas; Miranda, un tipo joven con su guapísima esposa; y antes hubo uno, que no recuerdo, pero que llamaban “Látigo Negro”. En el Ayuntamiento, el de la Plaza, estaban Julio Simón, Perico “Raña”, uno en la puerta, con gorra de plato, que olvido su nombre, ah…Simeón; dentro habría otros empleados, pero la memoria falla. Las fuerzas del orden, aparte los guardias civiles, eran: Vitoriano Barroso, Manolo “Mono”, Ignacio “Ignación”, creo, y otros, pero no hay modo, la memoria, la memoria. Los bandos los echaba Alejandro, tras tocar la corneta. Vámonos a escuela. Las de las niñas: Doña Angelita, doña Carmen Julián, doña Marta y doña Toyi, que eran hermanas. Yo empecé con doña Toyi, y de ella pasé a Doro (Doroteo Hurtado Solana), ya en las otras escuelas, las de los muchachos. Con Doro, alguna vez Gabino y alguno más, y luego D. Antonio (Santos Corrales). Los años de escuela con D. Antonio merecerían capítulo aparte. Pero un inciso: siempre estaré inmensamente agradecido a D. Antonio, que sin proponérselo, nos enseñó a memorizar. Aprendí de carretilla un montón de temas, que no he olvidado nunca. Al lado de las escuelas estaban el Bar y el Cine. Los sueños, las emociones, el más allá. En el Bar, Eugenio “Vigapocha”, su mujer Agustina, padres de mi entrañable amigo Damasín, que ya está en el cielo, y de Cele, su hermana. En el Bar, ambientazo tremendo, mesas y cartas, la radio, Zarra metiéndole un gol a Inglaterra, un pasillo y el cine “Avenida”, el vestíbulo, el cuartito de la taquillera, las cortinas y detrás la sala de butacas, de madera, claro; antes, la cabina con la fabulosa máquina de proyección. ¡El cine, qué maravilla! La vida en los años cincuenta y sesenta. Pero sigamos, sigamos. En el ejido, las eras; hoy, casas a tutiplén y entonces el Arroyo del Campo, que ha desaparecido. Hacíamos pesqueras, el agua discurría Isla Neta abajo, iría al Listero, creo. Comercios. En mi calle, Secretario Ángel Julián, el de las hermanas Vitoria, Ignacia, doña Angelita y Juana, dependienta toda la vida; más acá, muebles y cosas variadas para la casa de las hermanas…no me acuerdo, “Torras”. En la Plaza, las Valerianas, la tienda del Señor Sebastián Crespo, luego Tomás, hermano de Paco, taxista y entrañable persona. En la Cañada, el comercio de la Sra. Consuelo, luego de Felisa; más allá, en la esquina, el comercio de mi amigo-hermano Teo, el de su padre, el señor Pedro Bueso. Y ultramarinos por todos lados, en muchas casas se vendía aceite, sardinas en lata, bacalao, qué se yo, la intemerata. Aquella vida que hoy ignoran tantos y que otros denostan fue nuestra adolescencia. ¿Cómo no echarla de menos? ¿Cómo no quererla? Seguiremos.