Marisa Latorre es madre de dos hijos: Elena de 14 años que cursa tercero de la ESO y Adrián de 21 que estudia tercero de Ingeniería de caminos. Tiene 50 años y trabaja media jornada en unos conocidos grandes almacenes por 550 euros al mes.
En casa actualmente viven con su salario y con lo que cobra de paro su marido que son 1000 euros mensuales -le quedan 14 meses de prestación-. A sus 49 años, y tras 26 años trabajando para la misma empresa como transportista, lo despidieron tras un ERE sin finiquito y dejándole a deber 8 meses. “Imagínate un hombre activo que ha trabajado desde los 14 años y que de repente se vea así. Lo está pasando muy mal”. Y Marisa también. “La economía de casa no es buena”, comenta. Además de los gastos en luz, agua, comida… es decir, los gastos habituales en una familia de 4 personas -salvo hipoteca, el piso en el que viven es de su propiedad-, Marisa gasta al año más de 300 euros en los libros de texto de Elena, otros 60 en material escolar, sin contar los libros de lectura que cuestan alrededor de 10 euros cada uno. En su hijo Adrián, futuro Ingeniero, calcula que se gasta de media al año unos 700 euros sin tener en cuenta la matrícula, lo único que le costea la beca hasta el momento -este año, la de su carrera, está en 1.800 euros debido a la subida de tasas- y otros imprevistos como la calculadora de 250 euros que se tuvo que comprar, imprescindible para continuar con sus estudios.
Como en los 7 años de diferencia que se llevan ambos hermanos, la situación económica de casa se ha venido abajo, Marisa es consciente de que actualmente a su hija Elena no le puede ofrecer la misma educación que le dio a Adrián en su día. “Él iba a una academia de inglés que me costaba 110 euros al mes, a otra de repaso general que me costaba otro tanto. Le pagaba la piscina para que fuera a nadar e incluso el mes de julio le pagaba la academia de repaso también, no porque sacara malas notas ya que siempre ha sido muy buen estudiante, sino para que se preparara mejor para el curso siguiente. Yo no puedo invertir lo mismo en mi hija Elena. A ella sólo le pago el refuerzo de inglés que lo lleva flojo. Se lo da un chico que estudia filología inglesa y que nos cobra 10 euros. Este trimestre ha suspendido la asignatura de física y química, ¿qué hago si ni su padre ni yo podemos hacer frente a más gastos?”. Hace una pausa y continúa: “¿sabes lo que le duele a una madre no poder dar la misma educación a su hija que la que le dio a su hijo?” y su voz, que hasta ese momento se había mantenido firme a lo largo de la conversación, se quiebra. “Es eso o comer”.
Aparte de encontrarse en una peor situación económica en casa, también le preocupa a Marisa que durante los años que se llevan ambos hermanos la educación pública en la Comunidad Valenciana se ha ido deteriorando. Marisa está convencida de que la educación que ha recibido Elena ha sido mucho más deficiente que la recibida por Adrián. Y eso a pesar de que ambos hermanos han cursado su educación en el mismo colegio e instituto de secundaria públicos.”Para que te hagas una idea de cómo están las cosas”, señala y continúa: “desde el inicio de este curso hasta el mes de noviembre mi hija no ha tenido a los profesores de valenciano, física y química, educación física, tecnología y sociales. Llamé a la Conselleria para ver qué es lo que estaba pasando y me dijeron que no me preocupara, que de eso se tenía que preocupar el centro. ¡Vamos!, no creo yo que con los profesores que hay en paro haya necesidad de que los chicos se pasen casi un trimestre entero con 5 asignaturas sin cursar”, comenta indignada. “Estamos llegando a la época en la que yo iba al colegio: el rico con dinero a estudiar; el pobre, aunque sea listo, sólo servirá para mano de obra barata”.
La hija de Marisa cursa su educación secundaria en el IES Districte Marítim de Valencia en el que nada más acceder a su web, salta una página de inicio en la que se denuncian los recortes en educación. Centro, en el que según Marisa, están sin calefacción durante el invierno y parte de los baños permanecen cerrados porque no hay para pagar al servicio de la limpieza.
A 12 kilómetros del IES Districte Maritím, en la localidad valenciana de Quart de Poblet, en el IES Riu Túria, que protagonizó varios actos de protesta contra los recortes a la educación pública en cursos pasados, tal y como ya contamos en Periodismo Humano, Estela Palmí, vicedirectora del centro y profesora de dibujo, corrobora que la crisis que hace mella en muchas de las familias de los alumnos que van al centro repercute, directa o indirectamente, en su rendimiento académico.
Uno de los casos más extremos que se dan en este centro es el de un alumno de procedencia rumana cuya familia atraviesa una delicada situación económica. “La madre ha acudido al centro a pedir trabajo en varias ocasiones. Nos cuenta que no tiene ni para pagar el agua, ni la luz, ni el alquiler…”, comenta Estela. Debido a esto, el centro se comprometió desde el año pasado a dar 2 euros al día al estudiante de 15 años para que se comprara el almuerzo. “No lo sabemos con certeza, pero podría tratarse de la única comida que hace al día” (…) “¿Cómo le puedes exigir a un chico un alto rendimiento académico cuándo sabes los problemas tan graves que atraviesan en su casa?”, se pregunta Estela en voz alta, que continúa: “somos conscientes de que puede haber otros alumnos que estén en la misma situación que este chico y que no soliciten ayuda por vergüenza (…) Tanto el año pasado como éste hemos accedido a colaborar, pero no sabemos hasta cuándo podremos seguir haciéndolo. Si aparecen más chicos que necesitan nuestra ayuda en ese sentido, no podremos ofercérsela a todos. El instituto no tiene dinero suficiente como para poder asumir ese gasto”.
Estela incide en el hecho de que es el caso más extremo de necesidad en un alumno que se ha dado el centro, al menos que se sepa hasta el momento. Sin embargo, comenta en declaraciones a Periodismo Humano que en los 4 años que lleva dando clase en el IES Riu Túria, cada vez son más numerosos los casos de los padres que no pueden hacer frente al gasto del material escolar de sus hijos. “Un paquete de 10 láminas para dibujar cuesta 1 euro, pero es que muchas de las familias de los chicos que vienen al centro miran con lupa el euro. Así que opto por dejarles hacer los dibujos en folios y listo. Los folios se los doy yo” (…) Lo mismo sucede por ejemplo con el compás. Uno bueno les cuesta alrededor de 10 euros. Tengo alumnos que si se les estropea el que tienen, aguantan con él como pueden durante todo el curso. Si es sólo un alumno, yo le puedo prestar otro que hay en el departamento; pero si son tres, ya no hay para todos (…) En la Comunidad Valenciana no se les da nada gratuito a los estudiantes. Todo lo compran ellos, y el resto, lo que pueda colaborar cada departamento, que no es mucho”.
Debido a la situación económica que atraviesan muchas familias, el año pasado en el IES Riu Túria se puso en marcha un mercadillo de libros en el que los chicos de cursos superiores se los vendían a los de cursos inferiores a un precio más económico. “Pero ahí está la lucha con las editoriales que cambian la edición de un año a otro para que los libros del año anterior no les sirvan y tengan que comprar nuevos”, comenta Estela. Señala además que en estos últimos años también hay cada vez más casos de alumnos que no pueden realizar las actividades extraescolares que se programan desde el centro. “Habíamos planificado un viaje a Madrid de dos días y al final lo hemos tenido que reducir a uno sólo. Aún así, no todos los chavales pueden venir y eso que el AMPA (Asociación de Padres y Madres) se hace cargo del 25%” (…) El viaje que se hacía otros años organizado por el departamento de inglés se ha tenido que suspender (…) Cuando yo llegué a este centro hace 4 años se hacían muchísimas actividades extraescolares. Desde hace 3 años a esta parte, cada vez menos. Las familias no pueden permitírselo”.
María Luisa Gil desde hace 4 años, momento en el que decidió divorciarse, vive con su hija Nadia de 15 años en casa de su madre de 72. Con la paga de la abuela de 600 euros al mes prácticamente viven las tres. Más que vivir, “malvivimos”, como ella misma dice. María Luisa a sus 50 años se define como una trabajadora incansable: “siempre he trabajado en el restaurante de la familia que llevábamos entre mis dos hermanos y yo. Si no era ahí, trabajaba como cocinera o camarera para otros restaurantes, limpiando casas… Moverme siempre me he movido, pero es que ahora no hay trabajo. Este año lo estoy pasando muy mal”.
La casa de su madre es en propiedad, pero María Luisa está haciendo frente a un préstamo personal de 12 mil euros que pidió hace 4 años y por el cual paga 300 euros al mes. Además de los 300 euros al mes del préstamo personal, tienen que hacer frente a los gastos de luz -150 euros es lo que calcula de media al mes-, el agua, la comida, la farmacia… Nadia es diabética y cada caja para su tratamiento cuesta 9 euros, que no entra por la seguridad social, y que le sirve para 15 pinchazos. “No es mucho dinero pero si sumas esos 9 euros a todo lo anterior, no podemos hacer frente a tanto gasto (…) Por no tener, no tenemos ni estufa en casa. Teníamos un radiador de luz pequeño, se estropeó, y ya no hemos podido comprar uno nuevo”.
El actual curso pudo costearle los libros de texto, gracias a que durante el mes de septiembre trabajó varios sábados por la noche de camarera en un restaurante. “Eso sí, fue cobrar los 300 euros y gastármelos en libros”. Como Nadia todavía estudia la ESO, el comedor y el transporte -se tiene que desplazar 3 kilómetros desde su pueblo a otro para ir al instituto- se lo costea la Generalitat Valenciana. Cuando pase a Bachillerato, esos servicios tampoco serán gratuitos. “Y entonces veremos a ver qué hacemos”, dice su madre. “Este año lo encuentro muchísimo más duro que el anterior. Como digo yo, estamos en una guerra sin armas. Como en la posguerra, cuando mi madre sobrevivía. No lo veo justo”.
Gracias a algunos de sus profesores del IES Alcalans de la localidad valenciana de Montserrat donde cursa Nadia sus estudios, al menos los libros de lectura de valenciano, castellano e inglés este trimestre -que cuestan 10 euros cada uno y que se los piden cada 3 meses-, los puede tener de forma gratuita. “Yo ya le dije al director y a su tutora que no puedo andar gastándome 30 euros más en eso cada tres meses”, asegura su madre, que se queja: “lo que no entiendo es cómo no organizan algo para que se los pasen los alumnos de un curso a otro. Yo veo los de Nadia que los deja nuevos y es una pena. Eso debería organizarse de otra manera “.
Nadia, pasó de ser una estudiante buena, que no daba problemas, a no querer ir a clase. A encerrarse en sí misma. Su madre desconoce si es por la situación económica que atraviesan o por el divorcio de sus padres, pero la chica repitió curso el año pasado por no acudir al instituto durante el último trimestre. “Yo también he estado muy nerviosa”, asegura su madre, “y quizá no la he sabido entender bien”.
Silvia Martínez, su profesora de inglés y tutora, ha estado muy preocupada por ella porque este año comenzó yendo a clase, pero durante las semanas anteriores a las vacaciones de Navidad, Nadia dejó de aparecer. “Sacó un 7 en el último examen de inglés. Eso quiere decir que es una chica, que cuando se pone, aprueba”, comenta Silvia, por ello se ofreció a hablar con Nadia para tratar de rengancharla a las clases. “Este año Silvia me ha ayudado mucho cuando he ido a hablar con ella”, comenta María Luisa. “Estoy muy contenta con ella y sé que Nadia también le tiene confianza”.
Silvia Martínez quiso ser profesora desde que tuvo uso de razón. Cuando habla de su profesión lo hace con pasión y compromiso. “Me da rabia que mucha gente piense que la labor de un profesor es dar clase, suspender o aprobar y marcharse a su casa”, argumenta para defender el componente vocacional, que para ella, no tiene sentido desligar del estrictamente académico.
Es funcionaria sin la plaza definitiva, con lo que hasta que eso ocurra, va rotando por distintos centros de la Comunitat. Este año da clases en el IES Alcalans, en el que la situación, en especial la de uno de sus alumnos de origen español, la tiene muy preocupada. Prácticamente desde el inicio de curso Silvia reparó en que detrás del aspecto desaliñado y sucio de ese chico de 12 años, podría existir una historia personal complicada. Y no se equivocó: descubrió queera el mayor de 4 hermanos y que a sus 12 años de edad al llegar a casa se tenía que hacer cargo de los 3 restantes, entre otras cosas. Como nunca llevaba material escolar a clase, Silvia comienza a fotocopiarle -con dinero de su bolsillo, no del centro- cada capítulo del libro de texto para que pueda seguir las clases. Un día se le ocurre en un curso superior pedirles a los alumnos el libro del año anterior para este chico. “En un principio me dijeron que no sabían dónde lo tenían. Pero al día siguiente uno de ellos, de origen rumano, me buscó por el centro ya que no tenía clase conmigo ese día, y me lo dio para él”. Al día siguiente de hacerle entrega del libro, el chico llevó los deberes hechos. “Era la primera vez que hacía los deberes en todo el curso”, comenta Silvia.
Como tampoco tiene dinero para las actividades extraescolares, la profesora de tecnología puso 4 euros de su bolsillo para que el chico pudiera ir de excursión a la fábrica de yogures que ella misma había organizado. En la fábrica le dieron a todos los alumnos dos yogures de prueba. Tras la excursión, a la salida al mediodía del instituto, a 10 metros de la puerta principal, Silvia vio como su alumno se comía los dos yogures que le habían regalado en la fábrica. “Uno tras otro, sin cuchara”, comenta Silvia. “La policía ha venido al centro porque lo ha visto pedir por la calle (…) A veces lleva almuerzo a clase y otras no”, asegura Silvia que lo viene observando. En alguna ocasión ella le ha cedido su propio almuerzo por si era la única comida del día que hacía. “En los 7 años que llevo dando clases jamás había vivido una situación similar a esta”, situación que asegura, le está llegando a afectar personalmente. ” Al principio del curso cuando llegaba a casa después de las clases, pensaba en si el chico habría comido o no. Me sentía inquieta por las noches al verme impotente por no poderme comunicar con su familia (…) Yo no soy su tutora, pero sí su profesora que lo ve 3 veces por semana, y ante una situación así, soy incapaz de quedarme como si no sucediera nada”.
En relación a la impotencia que muchos profesores pueden llegar a sentir en determinadas situaciones, como es el caso de Silvia, a la hora de gestionar las nuevas circunstancias de sus alumnos, María Ángeles Gallego, orientadora del IES Riu Túria, afirma sin lugar a dudas que los profesores necesitarían complementar su formación académica con la psicopedagógica. “Debe haber planes serios de formación en este sentido, pero las cosas no parece que vayan a ir por ahí: han desaparecido la mayoría de CEFIRES (centros de formación para el profesorado) en la Comunidad Valenciana, se ha penalizado a los profesores más formados y con más experiencia, retirándoles el 50% del complemento que se obtiene por cada sexenio. Se desprestigia públicamente a los enseñantes…”
María Ángeles es psicóloga de formación y ha trabajado en el ámbito de la educación infantil y primaria durante 25 años en el Servicio Psicopedagógico Escolar (SPE) -el equivalente a un equipo multiprofesional de otras comunidades autónomas-, de ámbito comarcal, donde la adscripción de cada profesional a este equipo permitía que la atención a cada centro escolar fuera itinerante. “Con sus inconvenientes y sus ventajas”, como ella misma acota. En la educación secundaria sólo lleva trabajando dos años. Es la única orientadora del centro IES Riu Túria que asiste a 490 alumnos, con perfiles muy variados y con situaciones también muy diferentes -alumnado con necesidades educativas especiales, procedentes de otras culturas, muchos de los cuales, se incorporan desconociendo totalmente el castellano y el valenciano, familias en situaciones a veces desesperadas…-. “Siempre ha sido insuficiente la atención que se le ha prestado a la orientación en nuestro país. En la actualidad esto se agrava considerablemente. Tengo que añadir que en otras comunidades el orientador también tiene horario lectivo, es decir, que debo sentirme afortunada de disponer de la jornada completa para hacer mi trabajo”.
Cuando se le pregunta por ejemplos concretos en los que su trabajo se ha vuelto más complejo en estos últimos años debido, en parte, a los recortes, contesta lo siguiente: “del horario de los tutores ha desaparecido la hora de coordinación conmigo -aumentaron las horas lectivas en detrimento de las horas de atención a alumnos, tutorías, etc-. Yo he de coordinarme con ellos a través de mail o por los pasillos. El aumento de las ratios y la disminución de la atención a los alumnos por parte de su tutor ha incrementado las demandas de atención individual que a mí me llegan, de todo tipo: aumento de las patologías psicológicas y psiquiátricas como consecuencia de la crisis generalizada a la que asistimos. Me limito a detectar esas patologías. La derivación a otros servicios -Salud Mental, Servicios Sociales…- es cada vez más difícil, puesto que también en esos servicios los recortes son una realidad y los que se mantienen están saturados”.
Las demandas de los padres también han ido en aumento: “desde la pura necesidad económica desesperada en la que algunos se encuentran -hemos tenido alumnos a los que hemos pagado el almuerzo cada día porque nos constaba que en su casa apenas comían-, hasta problemas de depresión, maltrato, acoso, separaciones traumáticas que les afectan a ellos y a sus hijos…” Y se pregunta al respecto: “¿Es mi tarea?”, a lo que ella misma se responde: “seguramente no, pero es difícil evadirse de estas situaciones”.
María Ángeles cree que la aprobación en su día de la LOGSE supuso un gran avance en la concepción de la orientación personal, académica y profesional. Un gran avance en la educación en general. “Surge ante todo la idea de diversidad, de igualdad de oportunidades, de educación cooperativa frente a educación competitiva, los alumnos más capaces aprenden junto a alumnos con más necesidades de apoyo, la escuela intenta tener una fuerte función social, la escuela es para todos. Fueron años de ilusión y de esfuerzo por parte de los enseñantes, pero aquella ley no fue acompañada de la suficiente inversión”.
Con respecto a la nueva ley que se está gestando, la LOMCE, según su opinión prevé cosas que están superadas desde hace 30 años o más como son, tal y como lo expresa con sus propias palabras: “competencia entre alumnos, asignaturas importantes y otras que no lo son, vuelta a empezar con la religión, desprecio por la educación infantil -cuando es en esta edad cuando se construye la base de todo aprendizaje-, sistemas de reválidas que evalúan a las personas y no al progreso, escuela para unos pocos, desprecio por la lengua y la cultura de las comunidades, se ‘aísla a los buenos maestros’, recortes y más recortes… Parece que la sociedad del mañana la van a diseñar y decidir ‘los mercados’, cuando deberían decidirla los ciudadanos, y es más, los ciudadanos más jóvenes, que son los que se enfrentan a un futuro más incierto. ¡Y nos extrañamos de que los jóvenes estén desilusionados, se esfuercen poco, estén desorientados!”, exclama y continúa: “parece que cada partido, cuando accede al poder, utiliza la enseñanza en su propio beneficio y legisla pensando no se sabe bien en quién, pero lo cierto es que reducir las inversiones en educación es comprometer el futuro”.
Vía Periodismo Humano