SOBRE LA CONCIENCIA ECOLÓGICA Y OTRAS CONCIENCIAS

Debo a mi amigo Chema Corrales parte de mi concienciación ecológica. Él, junto a Santiago
Hernandez (¿o fue al revés?) me mostró por vez primera las maravillas del Parque de Monfragüe,
en un recorrido que no podré olvidar nunca.

Pero antes de eso, habíamos tratado del agua. Estábamos en la antigua Escuela de Magisterio,
chiquita, pero con tanto sabor a tantas cosas, y el líquido escaseaba en Cáceres. Tanto, que el
suministro de agua se cortaba durante unas cuantas horas al día y sólo a partir de otras se abría
el grifo para poner la lavadora y realizar otros menesteres domésticos. Teníamos cubos y los
llenábamos, y las casas andaban llenas de recipientes con agua (como en la novela «Delirio» de
Laura Restrepo, aunque en ésta fuese por otras cuestiones…), que vaciábamos sin parar. Luego
se construyó el embalse del Guadiloba y todo cambió, afortunadamente. Y los grifos volvieron a
ser fértiles.

Y como digo, algunos de nosotros, que llevamos la educación en la sangre, decidimos hacer una
unidad didáctica para concienciar a los futuros maestros y a otros interesados. Y que fuera
interdisciplinar. Y le pusimos el título «El agua es un bien preciado».

Trabajo nos costó. No había ordenadores por doquier. Los dibujos se hacían a mano. Y los
resúmenes. Pero fue bonito. Y resultó. La obligación de cada quién para no destruir ni malgastar
los recursos naturales a lo loco. Y debió de impactarme, porque sigo haciéndolo. Recojo el agua,
la aprovecho para la fregona, la distribuyo…en fin todas esas «mañas» que muchos, la mayoría,
tenemos como hábito.

No es cierto que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Al menos no todos. Y esto
que cuento lo demuestra. Muchos hemos sabido que la austeridad es un modo de enfrentar la
vida plenamente recomendable, que no tiene nada que ver con la avaricia, ni con el «racanismo»
en la oferta o el uso de los recursos.

Procedo de gente que han amado mucho la tierra, el pedazo de cerca que produce alimentos
(trigo, patatas, garbanzos, lechugas…) para vivir. Durante mucho tiempo mi padre se empeñó, allí
en Castilla, en hacer productivas tierras de secano. Lo dejó cuando las fuerzas empezaron a
fallarle, pero antes había inculcado en nosotros que hay cosas perennes para respetar y mostrar a
nuestros hijos.

Me cuentan que en los pueblos de Extremadura, los hombres en paro han vuelto sus ojos al
terruño. Quien tiene un trocito de finca la trabaja y la siembra. Y muchos que no la tienen, la
compran o la alquilan. La trabajan para subsistir, para no estar en el bar gastando lo que no
deben. Sana decisión.

Mientras tanto, algunos técnicos de las oficinas de Monago reúnen a los parados que han
trabajado unos meses, para decirles que han de hacerse autónomos y no depender de la
Administración. Los que escuchan los miran apabullados, -¿con qué dinero, y para quién? -se
preguntan.

Porque sigue la zarabanda y las frases sin sentido, en medio de una región no rica, por la que no
pasó la revolución industrial, en la que no hubo distribución de la tierra, desde la que muchos
tuvieron que emigrar, necesariamente. ¿No lo saben? ¿Aún no lo saben? ¡Pobres pueblos de
Extremadura!