EL FUEGO QUE EL PRESIDENTE NO SUPO APAGAR

[Img #40374]Bien sabe Dios, que no me gusta hacer leña del árbol caído – si es que el árbol ha llegado a caerse -, que procuro buscar el lado bueno de las cosas y, como humanista, comprender al hombre en todo y, por supuesto, en la circunstancia orteguiana. La voz del Presidente Monago es muy clara, muy extremeña, con más acento de los nacidos en esa Extremadura, tan lejana de la nuestra, reminiscencia castellana, de ahí que, por nuestros pagos, se comente el dicho – que no me gusta nada – “de Castilla el trigo, pero no el amigo” y los castellanos replican: “Y de Extremadura el aceite, pero no la gente”. No me halagan; todo lo contrario. Pero esto “sabe” a memoria lejana, a otro tiempo, por fortuna ignorado por estas generaciones. 

 

No tengo la fortuna de conocer al Presidente actual, Señor Monago, ni tampoco a mi compañero de columna digital, el Señor Fernández Vara, hecho que, doblemente, no me gusta, entre otras razones, porque resulta muy grato conocer, personalmente, a estos remeros de nuestra tierra parda, saber cómo han llevado y llevan su singladura política, cambiar impresiones, conocerlos, en suma, siempre interesante para uno y los que, realmente, rigen esa tierra tan legendaria, “la tierra donde nacían los Dioses”. Naturalmente que, para mí es un placer, el saber que ellos son Los Labradores  Mayores de las largas besanas, los depositarios de un caudal secular, la  palabra que, en fin, emana de una tierra grande y rica, la vertedera que traza y bordea, con cortesía, los inmensos predios donde la montaña divisa su dibujo y el llano se desliza como una Castilla disfrazada y cortejada por esos ríos que nos llevan, que nos llevan y recuerdan a las coplas manriqueñas; y esos valles donde se acuesta, agradable, la mirada

 

La vida es corta y tiene no muchas complacencias. Nunca el hombre, además, por la singladura de la Historia, levantaría acta de los muchos y variados hechos y, hasta los Conquistadores, qué estudio psicológico, les resultaría no tan lejano. Gobernar, antiguamente, era relativamente “simple”. Actualmente, la vida es muy compleja y muy vital cada día, muy ajetreada y el hombre necesita, como diría Baudelaire, ser absolutamente moderno. Cánovas y otros presidentes, tendrían El Estado en la cabeza, pero, actualmente, es tan compleja la realidad diaria que la tarea de gobernar es sobrehumana, de prisas, sin sosiego. ¡Cómo llevar el Estado!. ¡Hasta una Autonomía! y, como tal, debe /debemos juzgar con complacencias a quienes nos gobiernan. Hay, sin embargo, un hecho que el español – y otros pueblos – no perdonan. Es lo que se dice, vulgarmente, “meter la mano en la caja” y que Besteiro respetaba hasta el escrúpulo, en un simple viaje,  a no dejar viajar en avión – en misión estatal – ni a su cuñada, año 1935, de París a Madrid. El ejercicio de la política ha, debe ser ejemplar, de ahí que el señor Monago  puede hacer de su capa un sayo, pero siempre y cuando no afecte a sus ciudadanos, bien sean españoles, bien extremeños, especialmente estos. Allá su conciencia. Ahora bien, este hombre que se jugó, gallardamente, la vida en el triste suceso de los Almacenes Arias – donde perdería a compañeros muy amigos y viviría el infierno de las llamas -, un hombre como él – digo – no ha podido apagar, sin embargo, el estúpido “fuego” de unas facturas y, ese hecho, es muy fácil, máxime comparado con un acontecimiento apocalíptico como el que viviría en la madrileña calle de la Montera.

 

Cómo no ha tenido reflejos, Señor Presidente, un hombre como usted, ¡testigo de un hecho infernal frente a la compañía amorosa de una mujer!. Yo le sugiero, humildemente, que, de ahora en adelante, en la puerta de la Institución, cuelgue y facilite, notas y cifras, de lo que mi Presidente hace cada día. Verá usted como el Guadiana llevará el agua más pura  y usted y los paisanos sabremos que ese “río que nos lleva”, discurre puro y, entonces, estaremos muy contentos; y usted habrá cumplido su jornada y dormiremos plácidamente. Y aquí paz y después gloria.