PROHIBIDO SUICIDARSE EN PRIMAVERA

No sé cómo Linda pudo suicidarse en primavera, no lo he sabido nunca ni lo sabré. Cómo su belleza pudo colgarse de una viga, como una panoja y decirle adiós al mundo tan obscenamente, sin que se despidiera de mí, ni besara mi boquita de ángel. Por qué, en ese instante, no se le aparecería en ese hecho trágico un ángel, cuando hasta las golondrinas volaron con una hoja negra en el pico, tú que eras muy niño y gozabas el sabor de sus senos, hasta que los perdí, y jamás volvería a degustar su dulzura, que lloraría esa ausencia como un tesoro perdido. Sería un día de primavera, una noche de primavera, pero el instinto podía más que las palabras de mamá y sus constantes añagazas. Con el tiempo, supe que el suicidio de Linda, un misterio que descubriría tiempo después y, aún – y ha pasado tiempo – cubriría, ese instante trágico, un manto de silencio. Era primavera – “no, no olvides que la primavera es un jardín” – y, ante la pena me refugiaría, en un susurro de penas y hasta buscaría el canto de los ruiseñores, el gorjeo de los pajarillos y, adios ¡qué silencio tan pesado de posguerra!.

 

Así entraría la palabra el suicidio en mis oídos; y así, de una manera tan brutal y primitiva como colgarse de un olivo, como haría David Foster Wallace, cuarenta y seis años, veinte preso de una depresión y buscaría, sencillamente ahorcarse como lo harían Minländer y Nerval. ¿Y qué les llevaría a Ángel Ganivet, Virginia Woolf y mi admirada Alfonsina Storni decirle adiós a la vida en la copla manriqueña de las aguas del Sena, el Dvina o el Mar del Plata?. ¡Qué dura agonía¡¡Y qué inmenso dolor para despedirse así de la vida, sin poder nadar con sus ninfas!.

 

Sócrates, tan filósofo, que sería condenado a muerte por corromper a los jóvenes, no pudo resistir su existencia y, para cumplir la ley, bebería la cicuta como un veneno deseado. Algunos de estos creadores no pudieron soportar el qué dirían de su homosexualidad y buscarían su adiós a la vida con la crudeza del suicidio. No digamos cuando sobre ellos, seres sensibles, caería, como una espada de Damocles, la leyenda del plagio.

 

¿Y el gas? El polaco Borowski había sobrevivido a su estancia prisionera de Auschwitz y, además, había escrito la obra: “Por aquí se va gas, damas y caballeros”. En casa del ahorcado, no se os ocurra nombrar la soga, pues a los dos años de publicar su libro, y a los tres días de haber sido padre de una niña, dejaría su rostro ante una tubería de gas…. Adiós.

 

Yo que soy un enamorado de la obra de Sylvia Plath  siento un estremecimiento cuando dejo mis ojos sobre su obra, y Silvia, fríamente, le dejaría un plato de mantequilla y dos tazas de leche en la habitación de sus hijos. Cuando se despertaron, ella ya había introducido su cabeza en el horno y adiós.

 

Vosotros, elegidos de los dioses, coronados con laureles, sembradores de lirismo, cómo le diríais de una suerte así adiós a la vida. Vosotros que conoceríais la gloria literaria, allí donde danzan sin cesar las metáforas,  por qué os despedisteis de esta suerte del planeta tierra. Por qué, por qué. Kennedy Toole o con su ritual japonés, Yukio Mishima o los Hemingway, Larra y el paisano Felipe Trigo…., entrarían en una nube de musas negras.

 

El psiquiatra y psicoterapeuta, Pérez Rojo narra, en un hermoso libro, la vida de estos y otros seres que gozaron del perfume metafórico y, sin embargo, arderían con el fuego de Prometeo, porque lo sintieron y a nosotros se nos queda un tufillo ha quemado. El verdor de la primavera nos recuerda que la vida es una llamada a la esperanza. ¡Qué lástima que, a vosotros, se os olvidara! Y dejarais tan mal a  Alejandro Casona, autor de la obra “Prohibido suicidarse en primavera”.