Qué tierno, qué dulce la imagen entre Mariano Rajoy y su vicepresidenta Soraya de Santamaría, como si uno y otra intentaran efectuar, en su encuentro, lo que George Sand quizás lo calificaría como “una forma de diálogo”. Pero, ese encuentro, está enmarcado por la dulzura y la expresividad de Soraya frente a una nota de timidez del Presidente, con ese rostro de imagen bíblica. El diálogo vendría después, porque la bella imagen de Susana Vera capta, luminosamente, el inicio, el saludo de quienes comparten, duros y bellos momentos bajo las horas tensas de la gobernanza, en la piel de toro, reducida a una gran mesa de poder, yacimiento de riachuelos con redondas y cursivas que encuentran en el BOE, el cauce de leyes por nuestra geografía de piel de toro.
Para mis pupilas, existe un gesto meloso / tímido del gallego y el encanto expansivo de la mujer con quien comparte alegrías y penas políticas. Simbólicamente, el beso tiene una significación espiritual. En un texto del Zohar, Georges Vajda observa cierta divinidad en el ósculo: ”Que me bese con los besos de su boca y es que el ósculo significa adhesión de espíritu a espíritu, de ahí que el órgano corporal del beso es la boca, nacimiento de salida y fuente del soplo; y del que brotan besos de amor. Es, pues, un acto espiritual y así se reconoce en el Cantar de los Cantares y lo mismo en los padres de la Iglesia. Es, en suma, el signo de la unidad. “El Espíritu Santo es, según San Bernardo, el beso de la boca.” San Pablo nos dice: ”Saludaos mutuamente con un santo ósculo. Todas las iglesias de Cristo os saludan.”
La Democracia nos retrataría la belleza de diputadas y ministras coronadas con el laurel brotado de las urnas. Suárez tendría su musa, “la de la Transición”, y el aquel rostro de celuloide que abría una pantalla en la Transición: tiempo político.
Carmen Díez de Rivera, musa y figura de ese ya lejano tiempo, se envolvía, muy joven, entre ramos de rosas y crisantemos; y su bello rostro se perdería al descubrir, en la parroquia de la Concepción, que su amor era “su hermanastro”. La democracia era ya esa cucaña por donde tacones y perfumes accedían al hemiciclo, ya vestidas de manos maestras de hilo fino, bajo un arco de laureles con rostros de “Telva”. Cerca de Felipe – que, por cierto, cumpliría la milicia en el campamento cacereño de Santa Ana, con alacranes a sus pies -, surgía una rubia germana, cuyo nombre no recuerdo en las cercanías de Cuatro Caminos, muy de los obreros del viejo Pablo Iglesias. Zapatero tendría a su Sonsoles de matrimonio contraído al alba, en la ermita de su nombre, a un tiro de piedra de Avila.
Aznar – qué buena cabeza la de su abuelo – gozaría con una regidora con reminiscencias de apellidos alusivos a Pepe Botella. Así, así se zurciría el poder con las damas ilustradas de oposiciones a Letrados del Consejo de Estado. Y quizás ni se pregunten / nos preguntemos como Swiff: “Quisiera saber quién fue el loco que inventó el beso”. Quizás el primer beso se dé, no en la boca, sino con la mirada o quién, no nos dice, como Octavio Paz, que “el mundo nace cuando dos se besan”. Mariano y Soraya, sin darse cuenta pensarán, quizás, en que la crisis – esta nube ardiente sobre la piel de toro – se estará evaporando de esta vieja piel de España. A soñar.