Cómo me brota el recuerdo sepia de aquel Cáceres, aún dormido en el tiempo de su historia, cuando la ciudad aún tenía un sello muy provinciano, lleno de adioses, de pasos sin prisas, de charlas inopinadas, Pintores y Cánovas, eco de nuestros pasos, personajes que nos dijeron el último adiós, otros que hallarían otras moradas. Recuerdo mi último adiós a La Normal, la figura de Don José Ríos, árbol grande, creador de una saga. José Antonio Ríos González, sus pasos conocerían El Vaticano como quien anda por su casa y, de esa andadura, escribiría un bello libro que lleva un epílogo mío. José Antonio, además, ejercería la docencia, como catedrático de Psicología en la Complutense. Su mundo era el de bucear en las turbulentas aguas del espíritu, abierto siempre a navegar por ese proceloso mar, como un Proust, Jung o Adler, auscultando el misterio del hombre…Y esa pasión se convertiría en un dominio de la psicología, abierto al complejo mundo de aliviar comportamientos de pareja, en esta endemia del siglo… Fruto de ello, nacería una revista de mucho prestigio, Estirpe, que cumple sus bodas de oro y, por esas páginas, han navegado ilustres psicólogos, como quien trata de desentrañar el proceloso océano del espíritu.
José Antonio parece un peregrino, un patriarca, de sombrero y barba, que ha dejado, y sigue dejando, a lo largo de su vida, esa estampa entre bohemio y sabio, de buscador incansable, en las olas de la complejidad de la pareja humana. Su hijo Marcos ha buscado otros senderos en el campo de la Medicina.
Su hermano Agustín descansa en esa segunda navegación platoniana, ya jubilado, junto al templo salmantino de San Esteban, donde, en mi paso por Salamanca, pasearía largos ratos en el claustro, visitado por Unamuno, con el padre dominico, Arturo Alonso Lobo, santo y sabio. A Agustín lo trataría mucho, durante mi estancia salmantina, cuando el capellán de la Universidad, Don Fabián Dorado Bueno, era como de la familia, en su casa de la calle Libreros. Aquel Salamanca que no sé si trataría de olvidar “los años triunfales del Franquismo”, rescoldo y ambiente de tres años como tres siglos – el profesor Galán, díscolo y “provocador”, dicen que propuesto para El Nóbel -.
A un tiro de piedra, el viejo Seminario Calatrava – hoy residencia de sacerdotes -, estertores de una ciudad, con pulmones convulsos, de “Nueve cartas a Berta”, cortejada por las aguas del Tormes, reflejo dorado de la catedral herida por el terremoto de Lisboa, siempre bella con el oro de las aguas del río, la dehesa, el toro y el facistol de la cultura, en “la Castilla que face los omes e los gasta”. Aquí dejo este retrato al carboncillo que, aún hoy, cuelga en los ojos de una gran familia cacereña.