El Palacio de la Isla de Cáceres expone este mes de julio un documento que recoge las tenerías y las tahonas que había en la ciudad en el año 1870, de manera que figuran tanto los propietarios como los arrendatarios de estas instalaciones que tuvieron una gran importancia en la industria local.
En el ‘Documento del mes’ se puede observar que la mayoría de las tenerías son trabajadas por personas ajenas a su propiedad que las tienen arrendadas. También figura en el documento el precio de los alquileres, cantidades que oscilan entre los 100 y los 300 reales de vellón y por eso, por medio de este documento se tenía controlada la actividad de los talleres de curtidos, así como la rentabilidad para sus propietarios.
El curtido de pieles fue una de las industrias medievales que más destacaron en el pasado de Cáceres y, durante siglos, fue seña de identidad del paisaje industrial de la Ribera del Marco, el único caudal de agua que permitía la ubicación de este tipo de manufacturas.
Cabe recordar que la tenería es el taller donde se curten las pieles después de un proceso que incluía la limpieza y raspado de la piel animal para poder curtirla y ser dedicada a otros menesteres como la fabricación de calzado o de otros complementos como cinchas, cinturones, morrales, cabalgaduras, aperos de animales, etc.
En Cáceres fue tan importante esta industria que permaneció hasta bien entrado el siglo XX, dando lugar a la aparición de una zona del arrabal que aún lleva el nombre de Ribera de Curtidores, aunque siempre sería conocida esta zona como la Tenerías, altas y bajas en función de su distancia del ribera del Marco.
Éste era el lugar en el que vivían los empleados de esta industria y otras como tintes o batanes que surtían a zapateros, guarnicioneros y tenderos de la propia villa y pueblos de alrededor