Un joven adolescente, subyugado por el cráter de los olés y las verónicas, seguiría un sol y una sombra, volcán de pasiones, en el misterio de los ruedos, abierto cuando sonaban los clarines del miedo, a la hora lorquiana de “las cinco de la tarde”. La fiesta de los toros, abría la temporada de 1959, con un duelo al sol y a la sombra entre Luis Miguel Dominguín y su cuñado Antonio Ordóñez… Con ellos viajaba el aventurero Nobel, Ernest Hemingway, en un viejo y destartalado bimotor, en la España que trataba de olvidar los ecos de la guerra. Aventurero, con un pañuelo anudado al cuello, Ernest abriría al mundo los lejanos Sanfermines, en “El verano sangriento”, mano a mano entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez.
La revista americana “Life”, abría sus páginas al sol de las cinco de la tarde, cuando Luis Miguel, se proclamaba el número uno en el cráter de olés y verónicas. Su cuñado, el rondeño Antonio Ordóñez, casado con su hermana, Carmina, abría sus faenas tocado por la musa de los dioses, heredero de la magia rondeña, “la de los toreros machos”- la plaza -, donde los ángeles derramaban aroma entre verónicas y naturales.
Luis Miguel y Antonio luchaban por la corona de laurel, dos figuras, cuñados y un mismo apoderado. Aquella gira de calor y sangre por los ruedos de posguerra: Valencia, Málaga, Bayona, Bilbao…, dejaban su arte, donde florecía la magia y la letra gótica de la tauromaquia. A ese periplo, le pondría letra, Heminway, que visitaría España, en nueve ocasiones, prendado y prendido por “Los Sanfermines”. Vino con su familia y su mujer, Mary. Enamorado de la piel de toro, en los años cincuenta, el escritor volvería para algo más que el olor a pólvora y recuerdos de la contienda incivil. Y los buenos ratos en “La Cervecería alemana”, “Chicote”, “El Retiro”…, El Cuartel de las Brigadas Internacionales, el Hotel Palace…
“El verano sangriento”, o la rivalidad entre Dominguín y Ordóñez, redondel de cursivas y redondas en el numen de Hemingway. Aquel bimotor, donde viajaba la muerte, cumpliría su periplo, sin novedad. Al amanecer el día 2 de julio de 1961, Ernest vital, familiarmente llamado “papa”, se bebería el último wiski, antes de pegarse un tiro.