Mi amigo Pepe se fue, recién casado y con su mujer embarazada, de agregado cultural a
otro continente, un puesto bonito que ofrecía entonces un trabajo reconocido y descubrir
el mundo. Un día del principio de su estancia allí, salieron por el territorio, y se adentraron,
con curiosidad de turista, en un barrio muy peligroso, algo que nadie les advirtió.
Cuando ya habían caminado un buen rato, la mujer (maquina fotográfica en ristre)
empezó a observar la mirada curiosa, y poco a poco mayormente inquisitiva, de aquellos
con los que se cruzaban. Así que salieron de la zona, hasta encontrarse en un espacio
seguro. Cuando lo relataban, los oyentes confirmaron sus sospechas, el sitio era
extremadamente agresivo y suerte la suya (les dijeron) porque, gracias a alguna
providencia especial, pudieron salir ilesos.
No ha tenido la misma suerte un turista italiano muerto (según cuenta la prensa) al entrar
erróneamente en una favela de Rio de Janeiro y producirse en ella un tiroteo. Paseaba en
moto con un amigo por un barrio turístico y nada pareció avisarle hasta el terrible final.
Lástima! Descanse en paz. No parece que lo buscara, pero le ocurrió.
Es algo a lo que le tengo mucho respeto. A ese cúmulo de circunstancias que, a veces,
una persona no planea y que sin embargo dirigen su vida sin poder controlarlas. El por
qué mi padre y toda su generación (por ejemplo) formaron parte activa de una guerra sin
haber tenido nada que ver, ni en su origen, ni en sus causas, ni en su desarrollo. El por
qué hubieron de sufrir, a su término, múltiples inclemencias y apuros. Y a otros les iría
peor…
¿Porque les tocaba? No deja de ser una explicación al uso. En mi adolescencia, yo leía
las grandes obras del romanticismo en las que la fuerza del destino influía tanto en el
deambular de la vida común de los mortales, pobres seres sin voluntad, o sin ejercicio de
la misma. Era una manera, explicaban los profesores, de defensa o inhibición, ante los
desastres de un tiempo (primera mitad del XIX) de grandes tensiones políticas entre
quienes defendían sus privilegios y quienes deseaban suprimirlos, con el laicismo
avanzando y la clase obrera dirigiendo protestas y atentados. España atrasada y lejos de
una Europa donde se desarrollaba fuertemente la industria.
¿Tal como ahora? También ahora la caída ha sido brusca y sin avisar. La clase media, ese
lugar común en la que la mayoría nos sentíamos ubicados, ha desaparecido. La clase
baja no «existe» porque nadie, salvo quienes viven brutalmente la pobreza, quiere ser
reconocido como miembro de ella. La clase alta, por libre, insolidaria y perfectamente
engranada en un sistema de leyes y tributos que la beneficia y de los cuáles no está
dispuesta a apostatar.
Amigos, la cosa está cruda, como diría el castizo. No sé si es el sino de un país, de un
continente y el de unos idearios envejecidos y sin reclamos. O, simplemente, la muy
pésima gestión de los hombres. De todo, un poco, supongo.