Existe un refrán que afirma que no debe meterse la mano entre padres y hermanos, o dicho de otro modo que no hay que intervenir en disputas entre próximos, so pena de salir trasquilado a conciencia. Sabido es que los refranes suelen tener razón por estar basados en el saber popular, que es el más sentido de los saberes.
De la certeza del que inicia este artículo yo me enteré muy pronto. En casa se pretendió intervenir en una disputa familiar de unos parientes entre ellos mismos, acabando todo como el rosario de la aurora. Y eso que se hizo por puro cariño hacia los progenitores, parte débil del asunto por ser mayores y estar enfermos. Y aunque el tiempo colocó las cosas en su sitio, el daño ya estaba hecho y la reparación nunca llegó para los viejitos.
De la experiencia vivida me ha quedado una especie de prevención o prudencia a la hora de meterme a farolera sin serlo. A dar consejos sin que me los pidan, a creer que siempre llevo la razón. Lo cuál puede resultar molesto a las dos partes del conflicto, cuando éste surge y ambas creen tener la razón completa y necesitan fieles defensores.
Entre los distintos temperamentos humanos se encuentra el flemático que no suele ser muy bien entendido cuando se conocen por primera vez sus peculiaridades, en ocasiones confundidas con indecisión y escasez de reflejos. Nada más ajeno a la realidad pues esa falta (en apariencia) de reacción directa y hasta primaria (diría yo), lo que encierra es sentido común y no cálculo, razonamiento y no improvisación. Reflexión.
Hace tiempo que esto último no está de moda. A la luz de algunos manuales del saber vivir, dos máximas de conducta se llevan hoy en día los laureles: la falsa sinceridad, o la de decir todo lo qué se piensa, y la que defiende con egoísmo que de los pensamientos de los otros tienen toda la responsabilidad ellos y nunca quienes los producen, algo así como que yo hago lo que tengo que hacer según mi criterio y lo que los otros perciban es su problema. Llevado al extremo.
Pero lo cierto es que, si bien decir todo cuánto se nos pasa por la cabeza, puede resultar reconfortante para quien, en momentos complejos, descarga su alma y su adrenalina, puede que no lo sea tanto para quienes recogen el «testigo» y «cargan» con la preocupación de aquellos. Y no lo digo yo, sino la psicología.
En cuanto a la segunda de las recetas, que duda hay que está inmersa en un egoísmo calculado que pone el yo personal por encima de todos y de todo. Yo diría que, en el límite, resulta bastante feo e infantil e incluye una falta total de empatía con nuestros semejantes. Mantiene la autoestima, pero aleja de los otros.
En este mundo hay muchos tipos de familias, no sólo existen las de sangre. Así que los ejemplos se extienden por doquier. En la casa, en el cole, en el trabajo…En la política, en las relaciones sindicales o de grandes corporaciones… y hay un tiempo para el activismo, claro, y otro para la observación. Sobre todo, si a fuer de analizar situaciones similares, ya se presupone el epílogo.