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SUICIDIO, COSAS DE LAS QUE NO SE HABLA

OPINIÓN
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Escribo
al hilo de las muertes por desesperación. En realidad quería escribir sobre el
miedo a la pobreza, o la vergüenza de ser pobre, pero debo pensarlo un poco
más.

 


De modo que voy a escribir sobre otra perversión, otro escándalo moral, algo
que «no debe ser nombrado» como Voldemor en Harry Potter, sin
embargo, la muerte es siempre compañera de la vida, y sobre todo en nuestro
caso de seres racionales, la conciencia de estar vivos va unida a la conciencia
de ser perecederos.

 

Alguna
vez he dicho, y para mí no es ningún contrasentido, que soy una persona
básicamente triste y llevo una vida feliz. Sí, desde hace algunos años, no
demasiados, soy consciente de que mi propia felicidad, pese al dolor del mundo,
pese a la oscuridad que se avecina, que es mucha a juzgar por las profecías
económicas, pese a tener algunos momentos tristes (que pueden durar semanas) me
reconozco y me defino como una persona instalada, en este momento, en la
felicidad.

 

Pero
no siempre ha sido así.

 

Mi
primer y fervoroso deseo de morir surgió en mí a los 6 años de edad, creció
conmigo hasta los nueve… cuando la desesperación llegó a tal grado que valoré
que nada podía ser peor que vivir un día más afrontando la tortura del colegio.
Era septiembre, mi madre había comprado ya mi uniforme escolar y el material.
Yo debía repetir tercero, después de haber repetido primero de primaria. A los
nueve años uno ya sabe lo suficiente del mundo como para conocer los peligros
verdaderos, y también sabe como enfatizar las propias necesidades cuando
considera que está siendo ignorada.

 

Es
posible que todos los adultos a mi alrededor tuvieran razón y yo fuera una
criatura carente de inteligencia, pero los sentimientos son otra cosa. Quizás
por eso, me siento tan unida al reino animal. Ahora que tengo gallinas (dicen
que no son muy listas) he descubierto que también a ellas les gusta que les
digan palabras suaves y dulces … y se empeñan en entrar en casa.

 

Pero
volviendo a lo que nos ocupa, el deseo de morir que surge siempre en
situaciones dolorosas. Nadie desea abandonar la vida cuando todo va bien; he
estado leyendo y me he encontrado con un estudio de la Universidad de Florida,
del profesor de psicología Thomas Joiner, que también se preguntó hace años
sobre el porqué algunas personas vencen el natural deseo de vivir y cómo
superan el instinto de supervivencia. En el mundo muchas personas viven en una
depresión profunda durante años y años, pero solo algunas, las menos, se
suicidan.

 

La
teoría del profesor Joiner es que quien logra suicidarse no sólo quiere morir
sino que ha logrado superar el instinto de autoconservación. El deseo de la
muerte está compuesto de dos estados psicológicos: primero la percepción de ser
una carga para los demás y segundo un sentimiento de no pertenencia. Por sí
mismos, ninguno de estos dos estados es suficiente para empujarnos a morir,
pero si ambos estan presentes y además la persona tiene la habilidad de
enfrentar situaciones peligosas, esas que nos producen miedo, entonces uno esta
listo para suicidarse.

 

«Algunas
personas creen que quienes cometen suicidio son débiles. En realidad su acto es
cuestión de audacia. Una persona normal no puede hacerlo a no ser que venza su
miedo a la muerte, y esa es la conducta que los suicidas aprenden».

 

Esta
teoría explicaría por qué colectivos tan diferentes entre sí como las personas
con anorexia, atletas, prostitutas y médicos, tienen tasas de suicidio más
altas que la media social. La clave está en que sus estilos de vida las exponen
al dolor y aprenden a relativizarlo.

 

No
sé si me convence demasiado esta teoría, pienso en el matrimonio anciano que
iba a ser desahuciado. Ellos no estaban solos, se tenían mutuamente, aunque
quizás morir juntos dé menos miedo que vivir pobres y endeudados para siempre. 


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