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IGNORAR LAS FORTIFICACIONES ABALUARTADAS

OPINIÓN
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Es
curioso el poco valor que se le da a las fortificaciones
abaluartadas. En los libros de arte priman en especial el estudio de
las producciones religiosas, seguidas de las palaciegas, tras las que
va la arquitectura militar, sobre todo de la Edad Antigua y del
Medievo. Cuando llegamos a la Edad Moderna, parece que haya de pasar
de puntillas por las fortificaciones artilladas y abaluartadas, como
si fueran una creación menor, sin importancia.

Y
ello, a pesar de la belleza, la variedad, el desarrollo extenso que
tuvo por todo el mundo, el alarde técnico que suponen, su armonía,
complejidad y portentoso conjunto de elementos perfectamente
conjugados.

Creadas
a partir de la irrupción de la pirobalística, desde principios del
siglo XVI, logran desarrollo imparable en el XVII, perfección en el
XVIII y primera mitad del XIX. Después, independizadas las colonias
americanas, pacificada Europa, hechas las paces en la Península
ibérica (en cuya Raya adquieren la más densa presencia),
constituyen un “estorbo” que los planes urbanísticos de las
poblaciones quieren quitarse del medio para desarrollar sus modelos
expansivos.

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A
finales del siglo XIX y a lo largo del XX, pierden sentido
estratégico y van siendo arrasadas de manera inmisericorde, sin
reparar en el legado histórico-artístico que constituyen. Incluso
se decretan demoliciones generales y se consienten arrasamientos
particulares con todo desparpajo.

En
España, una Real Orden de 1859 permite abandonos y derribos por todo
el territorio nacional, habiendo comenzado previamente en ello
Barcelona (la demolición de sus murallas fue autorizada en 1854), y
llegándose al arrasamiento en lugares como Valencia de Alcántara,
de extraordinario patrimonio abaluartado desaparecido. El caso de
Badajoz es sangrante, pues se llevan a cabo importantes destrucciones
cuando ya la Carta de Atenas de 1931 había sentado las bases en los
principios de conservación, mantenimiento y restauración; no solo
durante la II República sino en los años sesenta, eliminándose
extensos lienzos de murallas, un baluarte, fuertes exteriores,
lunetas y la práctica totalidad de los cuarteles militares.

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En
Portugal, la desaparición de recintos abaluartados es menos
sangrante, si bien durante el salazarismo se lleva a cabo una labor
de “escenificación medievalista” que prima unas reconstrucciones
imaginarias, arrasando con las construcciones artilleras y
abaluartadas que “obstaculizan” el “sueño romántico” de la
vuelta al Medievo. Vila Viçosa ofrece en ello un caso singular, con
la ensoñación de puertas medievales y eliminación de lienzos de su
abaluartado.

Tampoco
Francia (y menciono así a los tres países con mayor patrimonio de
este tipo) se salva del gusto transformista, aunque en menor medida,
siendo Carcassonne un ejemplo curioso de reinterpretación, pese a su
titulación de Patrimonio de la Humanidad.

Y
Patrimonio de la Humanidad es Évora, tan magnífica en el
tratamiento del caserío del Casco Antiguo; tan extraordinaria en su
legado palaciego y eclesiástico; tan acertada en el tratamiento de
su cerca medieval y de los elementos que conserva de la romano-goda.
Pero, ¡qué escasa atención a lo que resta de lo abaluartado!, pues
con gran dificultad podrá ver el visitante lo que resta de sus siete
baluartes. Y mal le informarán (como a mí me ha ocurrido) del
portentoso Forte de Santo António -en manos privadas- atravesado por
su bellísimo acueducto, oculto por vegetación innecesaria (como
buena parte de los baluartes).

¿Llegará
pronto el día en que se valoricen estas fortificaciones tan
importantes en su función defensiva, tan cruciales en nuestra de la
Edad Moderna, tan meritorias en su desarrollo técnico, y magníficas
por su belleza, complejidad y majestuosidad?

http://moisescayetanorosado.blogspot.com/


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