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IGLESIA Y POLÍTICA

OPINIÓN
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La elección del cardenal Bergoglio
como nuevo papa de la Iglesia Católica trae al tapete de la actualidad las
sombras de la Iglesia como institución que muchos desean sobreponer sobre las
luces de la misma. No hay cardenal, ni papable, ni papa electo, que no se
sustraiga al dictamen de la «pureza de sangre», establecida en España
durante el Antiguo Régimen, para verificar si los conversos judíos o musulmanes
bajo sospecha practicaban en secreto sus antiguas religiones, y a quienes se
les exigía la prueba de descender de cristianos
viejos
. Los Estatutos de la limpieza
de sangre
fueron rechazados por el papado, porque presuponían que ni
siquiera el bautismo lavaba los pecados de quienes ingresaren en la fe de
Cristo, algo opuesto a la doctrina cristiana.


            La elección del papa Francisco ha
echado por tierra tanto las quinielas de expertos vaticanistas como la
ignorancia de otros que desearen echar tierra de donde sale más luz que fumata
negra, reinante en otras instituciones, que ven la paja en el ojo ajeno y no la
viga en el propio. Ya lo decía el cardenal francés Paul Popupard: «El
Espíritu Santo no lee los periódicos», al recordar su participación en el
Cónclave de 2005 (véase Libertad Digital Europa, del 3-3-2013). Lo mismo que ha
sucedido en el último Cónclave con la elección del papa Francisco.


            Desde su elección como nuevo papa,
no han faltado en su propio país de origen, que lo considera «nuestro
Papa», eludiendo su figura universal de pastor de la Iglesia toda, acusaciones
sobre su papel durante la dictadura argentina (1976-1983), cuando el Pontífice
electo era superior de los jesuitas de su país, que el portavoz vaticano,
Federico Lombardi, se ha apresurado a calificar como «acusaciones
infundadas», que la Justicia no pudo probar. (Véase El País del 15-3-2013).


            Dios no es argentino, como creen sus
compatriotas, sino que lo fuere de todos los cristianos que creyeren en él;
aunque asuman que, teniendo un papa; el mejor jugador del mundo (Messi), y una
princesa de los Países Bajos, Máxima Zorreguieta, próxima reina de Holanda a
partir del 30 de abril, por su matrimonio con el príncipe de Orange, Guillermo
Alejandro, lo hubieren todo, excluida la pobreza de muchos por una riqueza mal
repartida. La princesa es hija del que fuera secretario de Agricultura y
Ganadería durante la dictadura militar. Máxima, que se mantuvo católica en un
país protestante, y el príncipe, asistirán el martes 19, día del Padre, a la
misa de entronización del papa junto al primer ministro de su país. Durante su
boda, celebrada el 2 de febrero de 2002, el oficiante religioso le recordó las
palabras del Libro de Rut: «No insistas en que te deje o deje de seguirte,
porque a donde tú vayas iré yo, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi
pueblo y tu Dios, mi Dios.» (Rt, 1-16), que provocaron las lágrimas
incontenidas de Máxima.  El padre de la
princesa no pudo asistir a la boda a petición de representantes del gobierno
holandés por su vinculación con la dictadura. 
No hubo, entonces, más controversia que la señalada en la boda de los
príncipes de los Países Bajos, al contrario de lo que ha ocurrido con el nuevo
papa.


            «La Mano de Dios» es el
nombre con el que se conoce el gol marcado por Maradona en el partido contra
Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de Méjico 86, que finalizó con
la victoria argentina por 2-1, también marcado por el astro futbolístico. El
llamado «Gol del siglo», hizo clamar a los locutores de radio
argentinos a través de las ondas: «Dios existe; Dios está con nosotros;
Dios es argentino…» o, como relatare el locutor argentino-uruguayo  Víctor Hugo Morales: «Gracias, Dios, por
Maradona, barrilete cósmico, por estas lágrimas, por este Argentina,
2-Inglaterra, 0…» (hasta el gol de la «Mano de Dios»).


            Como buen argentino, el papa
Francisco es también futbolero y socio de honor del San Lorenzo de Almagro,
desde 2008, en que oficiare la misa del centenario del club bonaerense, fundado
por un sacerdote salesiano.


            «Dios escribe derecho con
renglones torcidos». Este refrán puede traducirse por: quiénes somos los
humanos para afirmar que sus renglones están torcidos y los nuestros están
rectos… No mezclemos las cosas de Dios con las cosas del mundo, porque
«el hombre propone y Dios dispone». Así ha sucedido en el Cónclave:
quien recibiere cuarenta votos en 2005 y que rogó que se los pasaren al
cardenal Ratzinger, logra ahora una mayoría más amplia que su predecesor para
ser papa. Y corrupción la hay en todo el mundo. Así lo ha certificado hace unos
días el cardenal español Julián Herranz, uno de los tres purpurados mayores de
80 años, no conclavistas, encargados por el papa emérito Benedicto XVI de desentrañar
las filtraciones destapadas la primavera pasada a raíz del llamado caso
Vatileaks: «En cualquier gobierno hay muchas más áreas de oscuridad, de
servicios secretos, de decisiones que el presidente toma, más zonas reservadas
que en el Vaticano.» (véase El País del 18 de febrero pasado).


            En una democracia en la que los
partidos han de serlo en su funcionamiento y estructura, como manda la
Constitución, no lo fueren. Las listas y las decisiones las toman cuatro, sin
que la militancia intervenga para nada. No hay príncipes, como en la Iglesia,
que eligen al sucesor, aunque sea una monarquía absoluta, aun con poderes delegados.
Para la elección papal se exige mayoría de dos tercios, mientras que en las
democracias representativas mandan el dedo y los amiguetes. Los papas no
abdican ni dimiten, pero renuncian, asunto vetado para los políticos, en que
nadie dimite por más evidencias de corruptelas que hubiere. El Cónclave es una
lista abierta en la que todos son electores y papables, en el que se entra papa
y se sale cardenal. En el Cónclave no valen quinielas, porque solo ilumina la
luz del Espíritu Santo; en la democracia, el resultado se sabe antes de las
elecciones, al ser listas cerradas. El Cónclave es participativo, como lo son
las Congregaciones previas. En democracia –gobierno del pueblo para el pueblo
y por el pueblo– solo hablan dos; al resto se le silencia. Del silencio y las
ruedas de prensa sin preguntas molestas no puede salir nunca el gobierno de los
mejores, sino el gobierno de los mediocres, hasta que un día estalle la
revolución pendiente de los oprimidos ¿A qué hablar, pues, de los renglones
torcidos de Dios, cuando los nuestros fueron peores aún?  «Cuando no caminamos, nos
detenemos», dijo el papa Francisco en su primera homilía al Colegio
Cardenalicio.  Así estamos: sin caminar,
porque no hubiéremos líderes en la política como quienes calzan las sandalias
del Pescador para señalarnos el camino; porque el de aquellos, bien que lo
conocemos.

            


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