Observando la foto de los parlamentarios de la Asamblea de
Extremadura, hecha con motivo de la celebración
de los 30 años del Estatuto, recordaba yo
los versos de Basilio Sánchez, poeta de Cáceres y del mundo: «..Lo duro es lo concreto. El
infinito/es por definición inofensivo».
Claro, lo fácil es convocarlos allí para un acto institucional, todos colegas de este tiempo y
de otros, y hasta puede que sea obligado y necesario. A fin de cuentas, también se vive de la memoria y de los ritos y celebraciones.
Pero a esta le faltó el pulso de la gente, por más que los programas de la radio lo hayan intentado. Para el
gran público, la Asamblea extremeña sigue siendo una gran desconocida y los trabajos que en
ella se producen, juegos florales, más o menos sanos, más o menos operativos en la vida de los extremeños.
Hace 30 años Extremadura tenía muchas cosas por hacer y pocos recursos para hacerlas.
Los que iniciaron el proceso eran gente en apariencia muy normal inmersos en
una situación nueva. Nada habrían logrado si la mayoría de las personas de esta
tierra no los hubieran entendido y seguido. La transformación de la región se fue logrando poco a poco,
no siempre de forma directa y rápida, a veces con dilaciones y
desaires, pero sin detenerse. Las concentraciones que se celebraban el ocho de
septiembre como Día de Extremadura buscaban
visualizar ese sentimiento, la Semana de Extremadura en la Escuela, algo
parecido con los escolares y la Universidad tuvo claro desde el principio que
era una pieza importante en el nuevo entramado territorial en el que la región empezaba a desenvolverse.
Pero por encima de todo hay que situar a la gente, la gente
de aquí que lo entendió y lo apoyó. Toda una política de actuaciones para solventar carencias, para hacer
florecer las identidades modernizándolas, solo pudo ser
productiva porque las personas lo quisieron y secundaron. Los pueblos, que en
otra época sufrieron la emigración volvieron a recobrar su vida.
Tuvo mucho que ver Europa en todo ello. Los fondos europeos
construyeron aquí y allá infraestructuras, aportaron recursos para el desarrollo de
una tierra que siempre pareció olvidada, y a la que el
Estatuto de Autonomía permitió sentirse igual a otra, defender de igual a igual sus
derechos y dar un modo de vida digna a sus habitantes. Las carreteras, el
asfaltado de las calles, el agua corriente, los colegios y las casas de cultura
inundaron la región y esta empezó una nueva etapa dejando atrás
la foto fija y humillante de «Los Santos Inocentes».
Pero que duda cabe que todo lo que ha ocurrido durante los últimos años fue porque así lo ha querido el pueblo, cada cual en su
asunto y todos en un proyecto común creíble e ilusionante. De ese modo las nuevas generaciones
crecieron de forma distinta a como lo habían hecho sus padres y
abuelos, y el orgullo de sentirse y declararse extremeño se hizo realidad de una forma potente y rigurosa.
Por eso no me ha gustado como han celebrado los dirigentes
actuales estas fechas, reunidos todos en un hemiciclo que solo tiene razón de ser si los extremeños
lo aplauden. A mi entender la fiesta es de todos, y no solo de los
representantes parlamentarios, porque entre todos se construyó la nueva Extremadura, tarea de cada uno para si mismo y
para los otros.
Fotos, discursos de la vicepresidenta de España, etc… pueden estar muy bien, pero muchos echamos en falta las palabras del
pueblo soberano, la felicitación del pueblo, su sonido y el
repaso de la historia de estos años que no puede ser olvidada. ¡Que lástima de ocasión perdida! A lo mejor hay que volver a empezar por el
principio y pedirle a los maestros, a cada uno de ellos, que en sus clases les
cuenten a sus alumnos donde estamos y por qué.