En algunos países anglosajones una pitada
o silbido en público la hacen en sentido de aprobación o felicitación de aquel
o de quienes son objetos de esas manifestaciones.
Entre nosotros que no somos anglosajones,
sino, latinos y muy latinos, eso significa protestar
o mostrar enfado contra alguien mediante gritos, silbidos y otros ruidos, es
también abroncar especialmente por parte de un grupo de personas que lo hacen en un espectáculo público.
Los Príncipes de Asturias sufrieron al llegar
al Liceo de Barcelona hace unos días un
desagradable recibimiento de parte de algunos ciudadanos que habían acudido como ellos a la
representación de la ópera “L´Elisir dÁmore”. Al acudir a ese Liceo al que se
supone van gentes “exquisitas” al menos en sus gustos, fueron abucheados y silbados,
de una manera desagradable como señal de protesta por su presencia, algo que se
define por sí mismo, y no se trata de hacer uso de la libertad democráticamente
hablando, estos casos son muestras de una actitud que ofende y también de una mala
educación nada más.
Actualmente nos vamos acostumbrando a cosas que no son normales,
pero como algunos las justifican en función de que es un derecho a la libertad,
olvidando que la libertad y los derechos
de unos, terminan justamente donde empiezan los derechos de los demás que como
nosotros están en sociedad.
El Principe de Asturias es el Sucesor de la
Corona de España y tiene derecho a un respeto como tal, en aquel Liceo estaba
representando a la máxima Magistratura del Estado y los que les abuchearon
debieran haberlo tenido muy en cuenta.
Otro tanto le ha pasado al Ministro de
Educación, los estudiantes mejores o los que más premios han recibido por su
esfuerzo en el estudio, han acudido a recibir su Diploma de la autoridad que
representaba al Gobierno en el acto que era el Ministro de Educacion, y algunos
de esos jóvenes magníficos estudiantes, le obsequiaron con un desprecio
ostentoso, volviéndole la cara y despreciando su mano a modo de saludo al recoger su Diploma. Algo inaudito
Algo inaudito porque es evidente que cualquier
persona que asiste a un acontecimiento
cultural tiene derecho a ser respetada. Y cuando esas personas representan a las
más altas Instituciones del Estado el respeto es lo mínimo que se puede pedir
tanto a ellos como personas y asimismo a las instituciones que representan. Si no se
está de acuerdo con ellos, la democracia tiene modos más eficaces y sobre todo más
normales para expresar su desagrado u oposición.