El público masivamente juvenil, parecía alucinado por lo insólito de un cuidado y expresivo montaje, que parecía a veces una clase de interpretación actoral y al final mostró con sus entusiastas aplausos su contento general.
Esta
tragedia contemporánea, pero atemporal y bastante utópica nos pareció el
trabajo más raro e inclasificable de la ESAD (Escuela de Arte Dramático),
dirigido por Cristina Fernández, con una
muy proteica dramaturgia, al amasar una muy variada antología de textos
bíblicos, mitológicos y poéticos, propios de autores tan diversos, que era muy
difícil averiguar algún hilo argumental o algún nervio que aunara tal disparidad de tonos –elegiaco, satírico,
lírico-sensual,…- El único denominador común que los aunaba era el tema
femenino reivindicativo de un papel en la sociedad, en la pareja; ¿pero qué
papel?
En cuanto a la sugerente
puesta en escena destacó la estructura circular de la dormición inicial y final
de los cinco actuantes, salvo la enhiesta instrumentista que les arrulló con
una original música de Chloe Bird y buen cantada, mientras la acompañaban como
desperezándose con una tabla de Tai-Chi; así como el recitado coral o el eco de
un verso o frase en distintos tonos y posturas, a modo de ritornelo contrapunteado.
Hicieron un gran alarde de expresividad corporal y oral, pero a veces no se
entendía mucho por qué se quitaban la ropa o se la volvían a poner o alocados
cambios escénicos y repetidas mojaduras
de cabelleras que salpicaban.
El público masivamente
juvenil, parecía alucinado por lo insólito de un cuidado y expresivo montaje,
que parecía a veces una clase de
interpretación actoral y al final mostró con sus entusiastas aplausos su
contento general.