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EL BRUJO, TODO UN FENÓMENO TEATRAL: EL LAZARILLO, UN PRETEXTO PARA SU LUCIMIENTO

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  Con todo el taquillaje
vendido desde semanas atrás, Rafael Álvarez, con el pretexto de reponer El
Lazarillo del inmortal F. Fernán Gómez, en versión muy actualizada, la
  viene resucitando durante 23 años, se
reinterpreta a sí mismo, contando sus propias andanzas, anécdotas y
comentarios; con lo que las peripecias picarescas quedan muy desvaídas; por
ello transgrede todas las convenciones posibles del Arte de Talía.

 

            EL Brujo, hecho todo un bufón populista, se queja de estar solo en escena y por
tanto le cuesta encarnar los varios amos de Lázaro de Tormes, a los que no
caracteriza nada, como no sea con el cambio tonal y pidiendo al público que
supla con su imaginación la falta casi total de atrezzo, pues, aparte de un
taburete, un palo y una malhadada arca que al fin sacó, estaban tanto el
escenario como el actor desprovistos de todo apoyo escénico.

 

Un bululú monologuista demasiado desnudo, pero con un
público entregado desde el principio, que le aplaude y ríe cualquier gracia o
aparte, que prodiga muchísimo burlándose de los políticos como Montoro o la
Merkel, de los técnicos que no le sacan los efectos luminotécnicos que le
conviene y le beben el vino de una escuálida bota, cual sedientos lazarillos o
comentando las campanadas de san Mateo como triunfo de la Selección Española,
que acababa de ganar a Nigeria en esos momentos.

 

            Le dijo
un director escénico que, al ser un texto “barroco” (?) muy duro, debía hacer
un descanso, dialogar con los espectadores y ofrecerles vino: esto último
imposible, pero sí contó varias anécdotas de pueblos muy cazurros, cuyos
nombres no silenció: por ejemplo la de dos viejas abstemias, a las que les hizo
beber vino engañándoles en la contemplación de una supuesta estrella, pues era
un avión: ¡Je-jé¡ Así  estuvo casi media
hora; se le pasó el tiempo contratado y aceleró al máximo el relato, narrado
generalmente a toda velocidad y acabó la obra abreviándola en diez minutos.

 

 Pero el agradecidísimo
respetable no dejó de aplaudirle muchísimo al final de la anómala función de un
 consabido y  endiosado buen actor, que sabe comunicar,
pero que  se repite enormemente y lo
curioso es que llena los teatros.


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