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DOMÍNGUEZ LUCERO, EL SEGUNDO ALCALDE DEMOCRÁTICO DE CÁCERES

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Como alcalde, Domínguez Lucero reformó urbanísticamente una gran parte de los acerados de las calles de la ciudad; inauguró el primer cuartelillo de la Policía Local en la calle Margallo; recordó los servicios prestados por la Universidad salmantina a Cáceres, por la que él se licenció en Derecho, y le otorgó la medalla de oro de la ciudad, que entregó al rector durante la inauguración del curso universitario.

De
Manuel Domínguez Lucero (Cáceres, 1946-2013), fallecido hoy en su domicilio,
podrían decirse muchas cosas: que fue el segundo alcalde democrático de la
ciudad (julio de 1980-junio 1983), tras la dimisión del primero, su compañero
de UCD, Luis González Cascos, en julio de 1980, quizás uno de los alcaldes cacereños
más jóvenes, con 33 años, tanto que, al acercarse a hacerle la visita de
cortesía al obispo de la diócesis, Jesús Domínguez Gómez, este le dijo a su
jefe de protocolo, Juan Ramón Marchena: «¡Tenemos un alcalde muy joven…!»,
sorprendido por su juventud; que murió varias veces en vida, aunque la muerte
definitiva no le haya llegado hasta hoy, siguiendo los pasos de su joven hija
Alicia, ya en el cielo.

 

            Como alcalde, Domínguez Lucero reformó
urbanísticamente una gran parte de los acerados de las calles de la ciudad;
inauguró el primer cuartelillo de la Policía Local en la calle Margallo;
recordó los servicios prestados por la Universidad salmantina a Cáceres, por la
que él se licenció en Derecho, y le otorgó la medalla de oro de la ciudad, que
entregó al rector durante la inauguración del curso universitario.

 

            Siguió la tradición familiar de
abogado, profesión que ejerció de forma apasionante desde 1972, como todo lo
que hiciere en vida, y que le reportare más satisfacciones que quebraderos de
cabeza. Durante trece años fue decano del Colegio de Abogados de Cáceres
(1988-2001), algunos de ellos como tesorero, y cuya sede trasladó a la céntrica
avenida de la Virgen de la Montaña durante su mandato. Fue también miembro del
Consejo General de la Abogacía. El 2 de diciembre de 2005 recibió la Gran
Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort
, otorgada por el Ministerio de
Justicia, en atención a su trayectoria jurídica, como señalara el entonces
decano, Joaquín Hergueta.

 

            Aunque siempre dijo que «los
malos recuerdos, mejor olvidarlos», Domínguez Lucero fue perseguido por la
fatalidad humana, profesional y política, como si la dura vita, sed vita ( la vida es dura, pero es la vida), fuera una
continuidad del dicho latino de su profesión: dura lex, sed lex (la ley es dura, pero es la ley), inevitable
incluso si nos fuere desfavorable.

 

            El 17 de diciembre de 1993,
Domínguez y su esposa Alicia García perdieron a su única hija, también de
nombre Alicia, de 18 años, en un accidente ocurrido a la altura del estado
cacereño «Príncipe Felipe». Dos años antes, en diciembre del 91, un
cliente le apuñaló en el pecho a la salida de su despacho profesional en la
avenida de la Montaña. Domínguez logró superar ambas heridas, aunque la
primera, y sobre todo la última, le dejarían marcado para siempre. En
septiembre del 99, siendo decano del Colegio de Abogados, sufrió una parada
cardiorrespiratoria, de la que pudo salir tras aplicársele la resucitación
artificial a través de la reanimación respiratoria (RPC) o reanimación
cardiopulmonar. A partir de ese momento, y tras abandonar el hospital, el
abogado que siempre había sido, abandonó su profesión.

 

            La política, como la Alcaldía de
Cáceres, fue una pasión sobrevenida con el advenimiento de la democracia tras la
dimisión de González Cascos y después por su amor por la ciudad que le ha visto
nacer y morir. Domínguez intentó en dos ocasiones más el asalto democrático a
la política, frustrado en ambas. En las segundas elecciones democráticas
encabezaba la lista de Alianza Popular (AP), que antes de la medianoche del
Jueves Santo, en que se cumplía el plazo de presentación de las listas en la
Junta Electoral Provincial, fue cambiada por unos traidores al partido, que
fueron expulsados por tamaña fechoría. Domínguez calificó al día siguiente
aquel episodio como la traición de Judas, «con premeditación, nocturnidad
y alevosía».

 

            Volvió a las urnas con el Partido
Reformista Democrático de Roca, uno de los padres de la Constitución,  en las elecciones de 1986, liderando la lista
al Congreso por Cáceres, sin resultado positivo. El PRD se presentó en todas
las circunscripciones españolas, excepto en Cataluña y Galicia, en la que sus
referentes eran CIU y Coalición Gallega, respectivamente. La derrota fue
atribuida a la condición de catalán
del líder nacional por los dirigentes provinciales.

 

            Domínguez Lucero fue un luchador por
la libertad en todos los foros: en político, el judicial, el ciudadano, el
familiar, el del compañerismo y la amistad, que hoy y siempre le serán
reconocidos.

 

            Descanse en paz quien dio tanto a
Cáceres, al noble ejercicio de la abogacía, a la política, al Colegio de
Abogados, a su familia, y a su compañeros y amigos.


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