¿Quién le habría metido en la cabeza a aquel alumno
mío, no más que preadolescente, que me dijo -apenas comenzar la democracia en
España-: “los políticos son todos iguales” y “van a lo mismo, a llenarse los
bolsillos”? Me sorprendió no solo por su edad, sino porque acabábamos de
estrenar ilusiones y esperanzas.
Sus padres, que tendrían mis años o serían aún más
jóvenes entonces, no habían conocido tampoco la trayectoria y el desenvolvimiento
de los partidos y los políticos, más allá que en la oscuridad de la dictadura,
de la que acabábamos de salir. ¿Quién les habló, por tanto, de esos lacayos del
dinero, de esa estirpe especial de indeseables?
Unos años después, aún en los ochenta, me embarqué
en la aventura de “predicar” una inocente buena nueva: la creación de un
partido comprometido, claramente de izquierda, independiente de las estructuras
estatales. Y recorríamos los pueblos en las tardes inclementes del verano, con
nuestro armamento de megafonía, carteles, mítines, pintadas, panfletos y textos
artesanalmente elaborados: todo con nuestro esfuerzo personal, nuestro dinero.
Tuve que oír en las plazas, en las calles
semidesiertas de esta tierra azotada por el paro, la emigración, el abandono…:
“Los políticos son todos iguales; solo quieren llenarse los bolsillos”.
¿Por qué nos veían de ese modo al grupo de sudorosos
e inflamados jóvenes que hacíamos kilómetros por el páramo con la ilusión y el
respeto de los que visitan santuarios, buscando el milagro de un cambio
radical?
Y luego, ya terminando el siglo y comenzando el
nuevo, siguió la cantinela, bien ilustrada “desde dentro”. ¡Esos políticos
demócratas, algunos de los cuales se jugaron la libertad y hasta la vida en la
clandestinidad cuando la dictadura, metidos en negocios cada vez más
oscuros! Cierto que muchos seguían tan
impolutos, ¡pero cuánta sombra hacían los bandoleros!
Y ahí lo tenemos: el espectáculo de Bárcenas, con
sus papeles, sus masas ingentes de dinero, sus acusaciones a la cúpula del PP,
que se defiende atacando como una fiera herida: “Y tú más”, jalean mirando no
solo al PSOE sino a IU, a los nacionalistas, a cualquiera que se le ponga a
tiro.
Estos terribles atropellos a la ciudadanía, esta
corrupción que se generaliza, es una plaga de langostas que deja yermo el campo
por completo. El campo de la ilusión, de la esperanza, de la participación
desinteresada. El campo de la buena voluntad.
¿Quién le dice a mi alumno de entonces, a sus
padres…, quién a aquellos hombres que nos recibían con su desprecio en las
plazas y calles de los pueblos maltratados, que toda generalización es
perniciosa? ¿Con qué insecticida acabamos definitivamente con esta plaga de
langostas?
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