Este
año, sabedores de mi interés por el significado simbólico de las figuras que
aparecen en cuadros y estatuas, ( me gusta leer los cuadros) me han regalado varios libros que abordan el
tema. En el prólogo de uno de ellos, el autor, retrotraía hasta el paleolítico
los inicios de las actuaciones simbólicas que el hombre ha ido realizando,
desde que se conoce su existencia. Y fijaba su punto de partida en el polvo
ocre rojizo que espolvoreaban sobre los
difuntos, tiñendo los cadáveres. Me
surgió una pregunta. Si bien es cierto que se da este pigmento de modo
natural, ¿por qué este polvo y no
cualquier otro, como el negro, más abundante y fácil de conseguir? La respuesta
la encontré cuando al atardecer, el
cielo se tiñó de rojo. Era evidente que el difunto no iba a la oscuridad, como
hubiera significado el cubrirlo de hollín, sino que como el sol, sólo desaparecía,
se ocultaba para al día siguiente volver a resurgir. Algo así, como cuando las
sociedades agrícolas introducían un cadáver en la tierra, en lugar de dejarlo
abandonado para pasto de las aves carroñeras, era como una semilla depositada
en la tierra, que volvería, pese a las apariencias, a renacer algún día.
En
un mundo como el actual, que preconiza lo inmediato, sin mayor proyección
futura, pensar que los del Paleolítico descubrieron el sentido trascendente del
hombre, me hace pensar que en realidad, pese a los ipad y el teléfono móvil,
hemos avanzado en tecnología, pero estamos más atrasados que los hombres del
Paleolítico, en humanidad.
