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«POR SU MUCHO AMOR A CÁCERES…»

OPINIÓN
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 Recordé
ayer a Rafael García-Plata Quirós. Tenía apuntado en la agenda su primer
aniversario, un año ya de su ida. Me pregunté, entonces, qué sería de su
biblioteca en Cañaveral, quizá fuera del alcance de investigadores y estudiosos
de nuestra historia por él recopilada. Su familia proveerá, pensé. Por la
tarde, leo la noticia no anunciada: su familia lega
su biblioteca
al Centro de Documentación de la Diputación, 10.000 volúmenes
sobre Extremadura, sobre Cáceres, pasión de su alma, devocionario de su tiempo,
meta de su destino.


            Le dediqué un poema al recordado
amigo que me firmare un libro sobre su abuelo: Rafael García-Plata de Osma, con
calle en Cáceres junto a mi residencia, la de mi primer director, Dionisio
Acedo, alma también de Cáceres, que iniciare su actividad profesional en el
periódico que dirigiere durante treinta y dos años (1939-1971) desde su fundación
misma, hace ahora 90 años, El Periódico Extremadura, Medalla de Oro de la ciudad
por su cacereñismo militante. Dioni hablaba con Carmen, su mujer, refiriéndose
a mi persona, como «su benjamín», el más joven de sus discípulos.


            Pedro de Lorenzo, patriarca hasta su
muerte de las letras extremeñas, ocurrida el 20 de septiembre de 2000, había
donado a la Diputación, mediante escritura pública, toda su obra, «por su
mucho amor a Cáceres». Era la primera legislatura democrática. La
recibiere entonces su presidente, Jaime Velázquez. Posteriormente, Manuel Veiga
se hizo con el fondo bibliográfico de Zamora Vicente. Ayer, le tocó el turno a
Laureano León, que recogía de manos de su viuda y del mayor de sus cinco hijos
la Biblioteca Extremeña de Rafael García-Plata Quirós, también «por su
mucho amor a Cáceres». Antes, habían seguido sus pasos la familia del gran
bibliógrafo extremeño Rodríguez Moñino, con 5.000 volúmenes de los 15.000 de
sus fondos para la Biblioteca Pública de Cáceres, desde entonces con su nombre
y el de su esposa, María Brey, que repartiere junto a la Academia.


            Vidas paralelas, como las de
Plutarco, las de Pedro de Lorenzo y Rafael García-Plata Quirós. Desde la
capital venían juntos a Cáceres. El segundo traía al primero y a su esposa,
Francisca de la Asunción, en su coche: al hotel de siempre; por nombre, el de
la región; a su ciudad de siempre, Cáceres; a empaparse y beberse en ella, a
disfrutar de la ciudad nunca perdida y siempre hallada, hasta dejar en ella su
tesoro, para otros, «por su mucho amor a Cáceres», como escribiere el
primero en la escritura de donación. Pedro de Lorenzo hacía de su elocuencia,
poesía viva; Rafael reconvertía su pasión por Cáceres en obras para ella. El 28
de octubre de 2000, Francisca de la Asunción me hizo llegar a Cáceres el libro
póstumo del maestro de la oratoria: «Libro de gracias», escrito en
«La Quintana» el mismo año, antes del punto final de su vida,
«sin dedicatoria, pero con tu afecto de siempre» y con el suyo que me
trasladare.


            Cuanto más lejos, más vivo es el
recuerdo; la pasión resplandece en el reencuentro; entre roce y cariño, el
primero provoca el segundo; el cariño provoca el roce. No fenece la pasión
encendida en el vínculo de las letras hasta la muerte misma, trascendidas en el
legado, que les pervivirá tras la humana luz ya apagada. Roce, cariño, pasión,
muerte y resurrección en la vida y obra de escritores, bibliógrafos y
recopiladores de la obra escrita, luz de Extremadura, luz de ella resguardada en
Cáceres, para más brillo de la ciudad que, en su casco histórico,
«condensa el otoño de la Edad Media», como recordare en la sede de la
UNESCO, en París, la Ciudad de la Luz, el relator que recordare sus méritos
para ser declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad, en 1986, y, tras la
declaración, llama el alcalde, Juan Iglesias Marcelo, quien llorare al oír
aquellas palabras, y solo pudo hablar con Carmina, su secretaria, y conmigo, a
la espera, para darnos la buena nueva, sus concejales presentes en otro acto…


            Caminaba ayer hasta el cementerio
para verificar un trabajo sobre compañeros idos     –un propósito de vísperas y un recuerdo
perenne– y, a las puertas mismas de la necrópolis, me encuentro con Saponi, por
todo nombre su curial apellido; memoria viva de Cáceres, alma de Cáceres;
acrónimo de Cáceres, transliterado del amor y pasión por Cáceres; y a su primer
amor cacereño trascendido en su sonrisa encendida, Julia, que le diere sus
otros amores cacereños. Anteayer reescribía mis letras sobre Saponi; quizás
hasta en tres de mis obras figure su nombre. Iré a buscarle a la plaza que ayer
le recordare para entregárselos cuando vieren la luz… Y al volver, nuestra
alcaldesa me remite un `Saluda´ que evoca en mí su recuerdo de `chica del
Womad´, tanto tiempo sin verla que ni besar pudiere su mano, para más apoyo en
su trabajo por Cáceres, recordándome lo inevitable, no por ello olvidado,
cuando a ella me presentare una noche de verano, aún de estreno ella como portavoz
de la oposición, en el jardín de Pedrilla y le diere mi único beso, ya
arrastrado por el viento hasta sabe Dios dónde, Elena de Cáceres…, reina
ahora en su ciudad por voluntad de los cacereños, mientras no esté Ella, la
otra reina a quien entregare su bastón de mando…, la Montaña misma, patrona
de Cáceres.

            


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