Llevo tanto tiempo escuchando fados en la Adega de mi amigo António Gonçalves (la
casa de sus suegros, como él recalca siempre), en Campo Maior, que ya he
perdido la cuenta de los años.
António, tan amable, tan acogedor, tan generoso,
siempre invitando a sus íntimos y a los amigos que queramos llevar. Así, un San Martinho tras otro (y en más ocasiones), se llena la estancia
de alegría compartida, de vinho joven y
bagaço que él mismo elabora, más variadísimas viandas que todos aportamos,
algunos con un toque tan tentador que angustia decidirse entre tanto como se
pone sobre la mesa.
¡No sé la cantidad de alentejanos y extremeños que
habremos confraternizados en esta estancia calurosa, a pesar del frío de
noviembre!
Cuando el ambiente se caldea, apagadas las luces,
encendidas las velas, surge de pronto el vozarrón sublime de este cantor,
desgarrando la noche y erizando nuestros sentidos hasta la máxima emoción.
Con él, ¡cómo pueden surgir tantos amigos que al son
de la guitarra y la viola llenan de
tanta calidad y calidez la enorme estancia donde nos apretamos admiradores de
un lado y otro de la Raia!
Portugueses (hombres y mujeres) están especialmente dotados para cantar ese
fado profundo que desgrana poemas como si fueran uvas de un racimo sin fin.
Los grandes poetas de la tierra han sido musicados,
llevados a la tensión desgarrada del fado por los mejores artistas del país. Y
aquí de nuevo renacen con toda la grandeza de amadores, que no son profesionales porque no viven de ello, pero sí
viven con ello de forma emocionada.
Hubo un tiempo, tras la Revolução dos Cravos, en que el fado pasó malos momentos, pues en
cierta manera se le asoció a la dictadura de Salazar. Las dictaduras siempre
comen de todos lados, e incluso desvirtúan la identidad de lo que desde el
pueblo nació, con su desafío y su dolor. Pero las aguas vuelven a su cauce, y
-como en estos convivios en que
António Gonçalves nos involucra gratamente- se devuelve la esencia del cante al
dueño de su auténtico destino: el pueblo.
¡Noche de fados! ¡Qué grato presente de nuestro amigo António, en esta rayana fraternidad donde
la vida se renueva, aunque algunos -al final todos- vayan/vayamos quedando año
tras año en la cuneta del camino: es el fado
(destino) final. En tanto, festejemos
un nuevo San Martinho, grandioso,
cálido, fraternal.
Aquí, en Extremadura, vamos perdiendo esta costumbre
de los encuentros entre amigos, vino y cante, adobados en la complejidad de la
noche. Sería bueno que imitáramos a nuestros vecinos de la Raya, retomando
raíces que nunca deberíamos haber abandonado.
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