Digital Extremadura

LOS PRISMANGUETIS

OPINIÓN
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El viernes por la tarde mi vecina se puso de parto, vino a casa con sus gemelos de dos años para que me hiciera cargo de ellos y marchar en un taxi inmediatamente al hospital sin esperar a su familia porque la criatura anunciaba su llegada de forma inminente. Como si no hubiera hospitales en todo Madrid tuvo que buscar el que está más lejos, y como si no hubiera días de la semana más que lo viernes. Si es que …

 
Como mis hijos son mayores y estaban en casa fui yo quien le llevó al hospital hasta que llegó su marido. Cuando volví, mis hijos habían metido a los gemelos en la bañera porque fue el único modo que encontraron de que estuvieran quietos y no rompieran cosas. Según ellos, estos niños son multifunción, lo mismo se ponen a vomitar mientras manipulan el DVD que se mean en la alfombra mientras construyen una estación espacial con un brick de leche.

 Cuando volví a casa ahí que me les encontré, metidos en la bañera y arrugados como higos, se habían metamorfoseado en dos Benjamin Button, la historia se había acelerado e invertido a la vez. Suerte que hasta el día siguiente no les vería nadie de su familia y dio tiempo a que los pliegues de la piel desaparecieran volviendo a ser niños lisos de piel estirada sin necesidad de plancha.

Por fin llegó la noche, pero nada, que no se dormían. Dieron las 11, las 12… quiero ir con mami, quiero dormir con mi osito, dame los prismanguetis… quero mis prismanguetis… Sí, buscad en diccionario a ver si encontráis esa palabra, ni siquiera aparece en el google, y en ningún idioma.. Uno que no para de llorar, no sé si Pepe o Juan ¡no les distingo, son iguales! Por fin le convenzo de que se tome un colacao ¡pero lo quiero beber con japita! Hala, poniéndomelo fácil… ¡quiero mi quijón de Shrek!

 ¡Ya está bien, a dormir ahora mismo o llamo a Melendi!

 A la mañana siguiente nos llama el padre para informar que el parto salió bien, que la madre y el niño se encuentran bien  y para pedirme que lleve a los dos canijos al hospital a media mañana para ver a su nuevo hermanito y para que las abuelas se hagan cargo de ellos. Así que tomo prestadas de su casa las sillitas de los niños para el coche que, como su propio nombre indica, son sillitas de niños para coche y salimos a dar un pequeño viaje, mi hijo adolescente nos acompaña.

 En una rotonda próxima ya al hospital la guardia civil haciendo un control de alcoholemia me manda parar (es la segunda vez que me hacen algo así un sábado por la mañana). No es que me moleste soplar por temor a que me delaten los cafés que llevo tomados para no dormirme de pie tras pasar una noche toledana, pero soplar me cansa, me agota, me deja sin aliento…

Los niños se asustan al ver al guardia con cara de gárgola y empiezan a llorar a gritos llamando a su madre. ¿No son suyos? Mi hijo, que hoy está sembrado de gracia, me dice: ¡mamá, te han pillado, a ver cómo explicas ahora lo del secuestro de los niños! el guardia lo oye y me pide la documentación, tanto la mía como la del vehículo. De los nervios no encuentro ni los papeles del coche ni el carnet de conducir, al darle, por fin, este último documento que guardo en una funda de plástico me dice -lleva usted dinero ahí- mi hijo, a quien me tuve que haber comido cuando era pequeño, vuelve a hacer una de las suyas: qué vergüenza con mi madre, intentando sobornar a los guardias como siempre, y con 10 euros… Por favor, no le hagan caso, son cosas de la edad, nos dejen llegar al hospital que allí los padres de los niños nos esperan y les explicarán todo. Así que los últimos metros, escoltada como una delincuente, llegamos al hospital donde el padre, advertido del incidente, ya nos esperaba a las puertas de urgencias.

Por suerte la madre había ido preparada para la ocasión y llevaba el libro de familia, por lo que pudieron comprobar que los niños eran suyos. Los guardias me dejaron marchar y me pidieron disculpas varias veces por el mal entendido. Yo por mi parte este mes me voy a hartar de cocinar acelgas, plato favorito de todo adolescente. Hay situaciones que superan el límite de mi paciencia.

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