Si pienso en ti
se me llenan las lágrimas de ojos,
los mismos que tú sostenías pertinazmente
tan animosos frente al indeseable
precipicio de la pena.
Dijiste que las heridas no las cerraba
simplemente el titubeante paso del tiempo,
que sólo restañaban tal oprobio
la justicia y
la verdad, con sus precisos puntos
de sutura.
Que se empezaba a educar con el ejemplo,
frecuentando por puro placer
ese templo apolillado que algunos
llaman cultura.
Qué es el hombre más que una pregunta retórica?
Pues la vida lo explica fácilmente:
El saldo de restar a los días desgraciados
los felices y si tal operación nos diera uno,
ahí queda un hombre que gozó por una vez
de la corriente.
Como el salmón,
empecinado por instinto en un remonte
que le lleve de nuevo a las andadas,
que se deja las escamas sin dudar
una a una decantanda en cada piedra,
para morir y nacer el mismo instante
en que el mundo empieza
un nuevo derrotero, pero ahora
en la piel de su progenie.