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Ha pasado el golpe de efemérides del
sábado que la buena voluntad de mucha buena gente dedicó a la mujer. No habrá
pasado la admiración de puerta en puerta cerrando halagos y abriendo de nuevo
la ingrata coloración de los insultos; no habrá pasado el respeto para dar paso
a la insostenible violencia, no habrá pasado, queremos pensar. La dedicatoria
solo trataba de fortalecer la complicidad de todos los seres humanos, -con
independencia del sexo- para seguir soplando contra la humareda del maltrato,
contra los miedos y contra la humillación. Los civilizados unidos en una día
concreto para celebrar que existimos gracias a una mujer, para celebrar mil
motivos de gozo por el compañerismo, por el amor, por sabernos exaltadores
juntos, de la vida.


            Que no vuelvan los días a cerrar sus
ojos de crepúsculos con lágrimas por una nueva víctima, que no sea más tiempo,
tiempo de mártires; que se pudran el hacha, el fusil y la sinrazón; que los
días venideros quemen la malvada voluntad de los malvados; que vuelvan a ser
días de esplendores todos los amaneceres.


            No haya hombre que coarte, apunte,
hiera o condene a mujer alguna, no haya quien apoye insidias ni intolerancias.
Acaben en el desecho los gérmenes de seres capaces de cercenar los futuros y
que sea para estos, como peor castigo, la culpa del olvido. Y vuelva a ser
siempre día de fervor y pleitesía plena a la mujer, como ayer, como para todos
los tiempos que han de llegar con las consignas de la concordia en sus estigmas
de verdad.

 


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