EL TENIENTE GENERAL QUE AMABA A LAS CAMELIAS

[Img #35199]Me queda muy alejado, en la hondura de la memoria, el día
en que fui a ver a Don Alfonso Armada Comyn a la cárcel de Alcalá Meco. Qué siniestro
resulta ver al hombre, sea el que fuere, huérfano de la libertad…- “La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos…”. Aquel ambiente un tanto kackiano, a pesar de no oír el sonido de
los cerrojos, ni nada parecido a las circunstancias  de un recluso normal. Únicamente un tresillo
normal y unas sencillas sillas en un edificio más bien lóbrego. En la lejanía
de la memoria, aparece la imagen de su mujer, Doña Francisca Diez de Rivera y
Guillamas, escucho el eco de las palabras de su hijo Alfonso – muy señor – muy
sencillo. Un recibidor para las visitas y un dormitorio al fondo y, únicamente,
para visitarle dos familiares. Allí, Don Alfonso Armada Comyn cumplía una
sentencia militar, lejos de su prole y quizás sumido, “en la soledad de
soledades; todo soledad”, un aliento triste de saudade y  meloso, sin embargo, como los versos de
Rosalía de Castro, lejanos sones de la gaita gallega, el recuerdo de sus olivos
centenarios del Pazo de Sta. Cruz de Rivadulla, floresta en el paisaje gallego
y la deslumbradora imagen de las camelias. Quizás así  Armada se evadiría de las pesadillas de la
larga noche del 23 F.

Cuantas secuencias no pasarían por su vertiginosa
memoria, un hombre como él,  ahijado de
la reina Cristina, su padre que estudiaba y jugaba con Alfonso XIII – “el
pelotón del rey” -, su gran historial militar – no africanista -, pasaría por
la Escuela Superior de Guerra de París, ayudante de Don Juan Carlos en la
Zarzuela y secretario de la Casa del Príncipe. Proclamado Rey Don Juan Carlos
en 1975, Armada era ya general y sería el secretario de la Casa Real.


Tras esos cargos, existe un hombre, lleno de vida, una
vida marcada, además, por un profundo sentido religioso, una copiosa cosecha de
diez hijos y un lema que lleva en el tatuaje de su  espíritu, “Prosiga”, inscripción que, un día,
vería en una piedra gallega. 


A RUSIA CON AMOR


[Img #35197]Tras la salida de la prisión, en su casa madrileña,
situada junto a la madrileña Glorieta de San Bernardo, iríamos una tarde, a tomar
café, Don Emilio García Conde, teniente general del Aire – te contaré, querido
lector, Deo volente, la historia de esta gran aviador y persona – y pasaríamos
una sobremesa muy sustanciosa. Yo me limitaría, naturalmente, a escuchar.
Armada narraba muy bien esa vida suya tan densa como rica; y nos contaría que
fue con entusiasmo a la Guerra Civil y a Rusia “como un profesional a luchar
contra el comunismo”. Acababa de terminar la Academia y pidieron voluntarios y
él, erre que erre, tras no ciertas dificultades, se marchó a Rusia en
septiembre de 1941, ante la actitud de Muñoz Grandes: ”No puede ser  porque no hay baterías para vosotros”. Y
Armada se ofreció a mandar una unidad.” Entonces, Muñoz Grandes le contestó: “La
primera batería para ti”; y pasaría mucho frío, pero se libró del riesgo de la
congelación…


Qué bien narraba. Su charla con los rusos, a pesar de que
los alemanes la prohibían, la opresión del pueblo ruso en la época de los
Zares, su relación con Muñoz Grandes. Armada 
está en la historia de nuestros alejados y últimos años, para bien o
para mal, es el cuaderno de bitácora de un militar, el de los partes, el de las
órdenes, una vida densa y apretada. Los pies que escribieron con sus huellas
aquel romanticismo color caqui de españoles: el capitán de veterinaria que se
traería una rusa, y rusos que se disfrazarían de alemanes; y es A.A., testigo
de mucha Historia de España; y redactaría la carta de Don Juan Carlos al Conde
de Barcelona. Él la escribió. “Bueno: las cartas son de quien las firma”; y el
Príncipe le corregirá varias palabras.


Y VENDRÁ  EL GOLPE


Como la canción, toda una vida labrada en la Milicia,
“Guerra y Paz”, como un Tolstoi que cuenta en castellano la batalla; y el día
que va a Prado del Rey a ver a Suárez y Adolfo le dice: “¿Qué tal, Alfonso?”. Y
el par de besos de una mujer que no conoce. 
Cuando llega a Suárez, le dice: ”Adolfo, pero qué secretaria tienes. “Si
es pariente tuya…”. Carmen Díez de Rivera. Y las decisiones con Don Felipe…


[Img #35198]Y llegará el famoso día con su noche  – 23F –, cuando todos sentimos un
estremecimiento y oímos el rugido de los leones de Las Cortes, los tiros que
mataban a las palomas del ruedo ibérico al atardecer y la pólvora asesinaría la
grandeza de la palabra, manchado el techo del hemiciclo con la sangre de un
ruiseñor, cuando los fusiles herían nuestros sueños; y, nuevamente, nos
llegaría el susurro del viento, las hojas de los álamos del Duero y  la voz de Antonio Machado: ”Españolito que
vienes al mundo, te libre Dios: una de las dos Españas ha de helarte el
corazón”; que fue eterno el ocaso e insomne la noche, hasta que salió el Rey
militar asomado a la garita pública de la televisión y, entonces, se nos
desprendió la piel del miedo…


El 22 de noviembre de 1975, en el peldaño inicial de su
Reinado, El Rey y Armada se fundirían en un abrazo. Y Don Juan Carlos le dice:
”Gracias, Alfonso.” En el Congreso, la noche triste, Carlos Sentís, el
centenario y gran periodista catalán, le había dicho a Armada, la misma frase,
ese día de “febrerillo loco…”


Olvidada esa historia, qué tarde más grata escuchar a
estos dos grandes personajes. Yo sentía la caracola de la Historia como el
náufrago que se agarra a las maromas de las palabras, a los dos protagonistas
del río que nos lleva, con José Luis Sampedro, Tajo abajo, del tic-tac de las
horas, del tiempo que nos envuelve con caricias de niño. ¡Pensar que habríamos
perdido la inocencia, si “El Golpe” hubiese triunfado!. ¡Por Dios!
“Bienaventurados los pacíficos…”


[Img #35200]Tras esta aventura, Alfonso Armada buscaría el destierro
amoroso y lo encontraría en la pureza de las camelias, en dormir entre sus
aromas y las acariciaría en esos parterres por donde sus pasos olvidarían la
tarde / noche más larga de nuestros sueños truncados, el paseo entre los olivos
centenarios como Chopin en Valldemosa y la paz de plata de sus hojas.


            Alfonso Armada se refugiaría en su
paraíso de camelias y aspiraría el olor de Santa Cruz de Ribadulla, en ese
Pazo, sueño terrenal donde las meigas recitan a Rosalía y hablan con Castelao
y, no muy lejos, “Santiago cierra España”.