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LA TRAGICA CAPEA DE LOS FUSILES

OPINIÓN
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[Img #36202]Aún no sé cómo Quintín Sánchez, alias “Banderas”, pudo sobrevivir al trágico episodio ocurrido en Zarza de Granadilla, hace hoy ochenta y un años. Estuve, tiempo ha, charlando con él y me contó su historia, que yo la seguía anonadado y hasta dudaría cómo pudo sobrevivir este “topo”, en su pueblo y en qué condiciones, como si los hombres hubiesen sembrado de terror el aire y la pólvora y el odio lo hubieran reducido a un instinto animal, que hube de mirar al cielo, sí para creer en el hombre, porque pensé en  el olor a pólvora de aquel día y en lo que acaeció después.

 

Con dieciocho años, Quintín era guardaespaldas de don Faustino Monforte, hombre acaudalado y con propiedades en Zarza de Granadilla y Palomero. Su padre, hijo de don Agapito, había ejercido la medicina en el pueblo cacereño de Ahigal. Quintín llevaba una pistola. El ambiente reinante en el pueblo de Zarza era muy violento debido a la rivalidad entre la gente de derecha e izquierda. Desde una habitación, Quintín contemplaría cómo llega un grupo de personas a pedirle aceite a doña Rosario, la mujer de don Faustino: ”Podéis matarlo, pero no os lo dará, si no es para el pueblo y que se reparta entre los necesitados”. Quintín observaba la escena. Ante esa petición, salió don Faustino: “Pasad y cogedlo. Mi casa está abierta a quien lo necesite”. Ante la crispación del ambiente, Quintín y su mujer decidieron probar suerte y se embarcaron a Argentina, donde el matrimonio permanecería desde el año 1925 hasta la proclamación de la República, año 1931.  

 

No pudo escoger Quintín peor fecha para su regreso a Zarza. Corría la primavera del año 1933. Aquel día 25 de mayo está presente aún como un eco lejano en la memoria colectiva del pueblo. La capea no autorizada, los ánimos soliviantados, los mozos que querían el festejo y la autoridad que la prohibía. Imaginaos una plaza de carros, el alcalde, el teniente y cinco números de la Guardia Civil, el joven Mariano y otros mozos que se encaran con el teniente Bardaxí. La tensión que crece alarmantemente. Mariano que le propina al teniente una bofetada y el teniente se la devuelve; y ordena:”¡Disparad, que este hombre me mata!”. Un tiro acabaría con la vida del teniente y otro con la de Mariano. En ese momento, Anastasia, hermana de don Faustino, rezaba en la iglesia y una bala perdida la mataría. Hasta hace poco tiempo, se veía el agujero del tiro. Además de Anastasia, mujer de don Ventura, terrateniente del pueblo, otra mujer resultaría herida. En la tragedia perderían la vida cinco personas. Entretanto, Quintín, dotado para la albañilería, dedicaba su tiempo en hacer chapuzas y dirigía unas obras públicas. Pero había llegado la hora del linchamiento, máxime cuando había guardado las espaldas a don Faustino. Y ahora, para él, empezaría, un duro calvario, una búsqueda de odio. Y Quintín huiría a esconderse en el campo, perseguido por varios guardias y un grupo de hombres; y darían con él entre unas vides. Entretanto, las puertas del ayuntamiento habían permanecido abiertas, alguien entró y se apoderó de seis mil reales. Injustamente, le culparían del robo a él y, de esa suerte, justificarían la paliza que le propinaron.

 

[Img #36203]Ahora Quintín viviría un calvario y, tras comunicarle a su mujer lo sucedido y, ante el cariz de los hechos, emprendería su marcha lejos del pueblo, y se escondería con un amigo en “Los Cotos”. Y allí lo pasarían muy mal, sin comer ni beber, en una cochinera. Los dos se juramentaron en no decir nada el uno del otro. Cuando a los pocos días, Quintín estaba oculto en su casa del pueblo, se enteró de que, a su compañero, lo habían matado los falangistas. Ahora construiría un escondite en su casa, “una obrita de arte”. Le buscarían pero no dieron con él. Naturalmente, ante la negativa de su mujer de no decir dónde estaba escondido, ella sería trasladada a la cárcel de Plasencia, donde permaneció seis meses. Su hija mayor se encargaría de darle la comida. Al cabo de los seis meses, volvió su mujer. Con  su regreso, la “normalidad” volvía a su casa; y Quintín descubría sus habilidades y combatía el aburrimiento haciendo cortinas de junco, muy bonitas y, con eso y un puestecito de la mujer en los días de fiesta, comían todos.

 

Únicamente, sabrían de su “estancia”, su familia y don Faustino Monforte. Este estaba al corriente de todo. El mismo le dijo que no saliese. Un día estaban reunidos con él unos amigos de Quintín y dijeron:”Na, si el Quintín está en casa…”. Para protegerle, don Faustino le dijo:”¿Y quién te ha dicho a ti que está en su casa…?”. Y hasta uno del pueblo afirmaba que lo había en un frente de guerra.  Desde su escondite, Quintín oiría el sonido de las campanas, cuando las tropas nacionales conquistaban una ciudad.

 

Y llegaría el momento de ver la luz, harto ya de permanecer escondido y, en Trujillo, se le juzgaría en Consejo de Guerra, “yo que no había hecho nada”. Y gracias a un teniente que creyó en las  palabras de Quintín; y el teniente derramaría unas lágrimas, cuando acabó su interrogatorio.

 

Esa capea dejaría sobre el ruedo polvoriento de Zarza de Granadilla la sangre coagulada de cinco muertos y numerosos heridos, en la plaza del eminente doctor Bejarano – qué paradoja -. Era el jueves 25 de mayo del año de desgracia de 1933, solemnidad de la Ascensión, hoy hace ochenta y un años, a la hora lorquiana de las cinco de la tarde, cuando se pararon las horas en todos los relojes y las sombras se confundirían con el dibujo anárquico de la sangre derramada. Cómo sería la tragedia, que  fue calificada como “hecho de guerra”. No sé si, después, el suceso andaría en coplas de ciego…, y a Eugenio Noel le vendría de perlas para pregonar su antitaurismo. En una anciana zarceña he visto su luto como tantas otras mujeres que lo llevarían en el corazón y, por su rostro, caerían no se sabe cuántas lágrimas.

 

Mi buen amigo e ilustre doctor, Luis Arrojo Terrón – frisando los noventa -, muchos años de médico en Zarza, conoce muy bien la trastienda de este hecho luctuoso; y lo achaca a un acto político. Ahora, Luis Arrojo duerme su segunda navegación en Aldeanueva del Camino con la sabiduría que dan lo años y las historias color sepia de sus enfermos. Fernando Rubio Herrero ama a su pueblo y, gracias a él, amanuense de las horas, Zarza no perderá su memoria histórica. A Don Faustino Monforte tuve el placer de tratarlo – yo muchacho -; y su imagen cuelga de mi memoria como  un hombre campechano y simpático. En su recuerdo, la tragedia de esa tarde larga, larga, larga, infinitamente ¡larga! y la figura inerte de su hermana. Díselo, dínoslo Tolstoi: ”El buen juicio no necesita de la violencia”; y quizás el genio teatral de Bertol Brecht habría escrito esta obra inspirado en el odio y la muerte.

 

    


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