En una agradable noche de domingo, pese a una muy larga cortesía en iniciarse la obra, enseguida el ambiente se tornó muy lúdico, al prestarse un grupo de espectadores, sentados en un semicírculo escénico, a jugar a la conquista de países, a requerimiento del convincente protagonista Santi Senso.
Acto seguido, apareció el indígena Miguel, natural de Las Azores, muy bien maquillado y caracterizado, que con su acento lusitano, discutía con el conquistador Cortés, el cual no acertaba a ponerse sus calzas, pero sí su plateado yelmo; este,Santi justificaba su invasión para traerle una serie de ricos productos y también animales que desconocían y enriquecían así su cultura bastante salvaje, más que de rapiñarles sus metales preciosos o maltratarles. Le replicaba el indígena Moctezuma que el amor español padecía la fiebre del oro, y que para conseguirlo eran capaces de todo.
Pero él enseguida se aprestó a regalarle el oro que llevaba puesto y mucho más: hasta su cama y su mujer, la cual hizo acto de presencia con un sugerente semidesnudo, pues como su marido, llevaban, además de unos ricos atavíos, el taparrabo correspondiente, que, después en una lucha cuerpo a cuerpo, se lo quitó Cortés, humillándole despectivamente. Ella, la bella y cariñosa Malinche, en realidad era la cubana Caridad Valona, danzaba muy bien, mientras cantaba y tocaba un bongo y se derretía ante el apuesto Hernán, al que le obsequió con un hijo mestizo, fruto de su amor, Martín Cortés, el hombre nuevo de un rico cruce cultural.
Entre las escenas más amables del aparentemente esclavo Moctezuma, fue bañar a su señor Cortés en un barreño, para después acunarle cantando una dulce nana a su duro y codicioso invasor, no sin antes haberle leído unos duros párrafos de su defensor el dominico Fray Bartolomé de Las Casas y mantener entre los dos una dura pelea, con insultos incluidos, pero ambos sujetados por maromas que retenían unos voluntarios y forzudos espectadores.
Por tanto resultó un debate tenso, a ratos conflictivo, pero otras tierno y ponderado, que despertó en el público unos sentimientos de comprensión muy empática, envuelta en unas agradables sensaciones de armónicos ritmos de unas bonitas canciones, muy bien acompañadas y bailadas, no solo por los tres protagonistas, sino por los espectadores que les acompañaban en escena, especialmente al final.
Santi Senso, después de unos calurosos aplausos y muy espontáneamente, fue invitando a que salieran al escenario a Juan Pedro González, el director del Consorcio Gran teatro, por haberle invitado a actuar por tercera vez en el festival Clásico de su ciudad, a su dramaturgo, cuyo texto, algo tardío, no respetó del todo, a la encargada de música y sonidos y a otros amigos, a los que pidió, por último, que le confesaran al oído los sentimientos y sensaciones que les había despertado la obra. Muy contento por haber triunfado también en su tierra.