Muy pocas personas pueden llegar a entender lo difícil que es sobrellevar el miedo. Es una sensación insana que sufren muchas personas. Se muestra a diario y con frecuencia en nuestras vidas: inquietud, ansiedad, inseguridad, estrés y una amplia diversidad de emociones que proliferan.
Posiblemente sea el sentimiento más complejo de reprimir; cuando algo nos produce dolor lo podemos liberar llorando; si es la rabia la que nos domina podemos redimirla gritando; pero cuando el temor se apodera de nosotros y encuentra puerto donde poder atracar, estamos perdidos.
En ocasiones actúa como un freno que consigue paralizar nuestros pasos en el camino, pasos encauzados hacia esa búsqueda de la felicidad a través de los sueños. No existe ninguna vacuna que inocular para poder así proscribir ese sentimiento pusilánime.
Circunda cada momento de inquietud e incertidumbre, consiguiendo que la vida se viva a medias. Tal vez encontremos en el miedo la excusa perfecta para no seguir intentándolo, no existe mayor enemigo que nuestras propias inseguridades. Como bien dice el proverbio chino: “El miedo llamó a la puerta, la confianza abrió y fuera no había nadie”.
Consigue manejarnos como si un títere fuéramos. Si aceptamos ese rol estaremos sometidos a que gobierne nuestra vida, seremos ajenos a nuestras decisiones. El miedo es el muro que separa lo que somos en realidad de lo que podríamos llegar a ser.
Como dijo Paulo Coelho: “¡Cuántas cosas perdemos por miedo a perder!”.